Era cuestión de tiempo. El éxito fue llegando y también el acercamiento a artistas de lo más variopinto. Como su apasionada relación con la pintora Frida Kahlo y con Diego Rivera. O con estrellas de Hollywood que buscaban en Veracruz y Acapulco pequeños paraísos cercanos. «Recuerdo la boda de Elizabeth Taylor. Todo el mundo amaneció con todo el mundo. Y yo amanecí con Ava Gadner». Por un lado, alternaba con la aristocracia, pero su alma canalla pedía tequila en las cantinas. Eso acabó convirtiéndose en un serio problema años más tarde, en eso que se llama «la travesía del desierto». El reconocimiento general Fue ya en los años 90 cuando a Chavela Vargas le llegó el reconocimiento general. Pedro Almodóvar quiso que ella pusiera voz a los sentimientos desgarrados de Tacones lejanos y, tal vez sin ser ésa su intención, recuperó a una cantante en plena madurez, superados los setenta años. Cantó y arrasó en el Teatro Albéniz de Madrid, en el Olympia de París, en el Carnegie Hall de Nueva York y en el Bellas Artes de México. El mundo se rindió a los pies de aquellas personalísimas interpretaciones de Toda una vida, La llorona o Macorina y las alabanzas acabaron por convertirse en un reconocimiento oficial cuando recibió, en el año 2000, la Gran Cruz de Isabel la Católica. La redención llegó a tiempo.