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Chavela Vargas elabora un testamento sentimental en su autobiografía, «Y si quieres saber de mi pasado» Hay un puñado de personas que alcanzan el estatus de mitos vivientes mediante la afortunada combinación de ingredientes sublimes: talento infinito, espíritu transgresor, leyenda negra, alquimia pura. Chavela Vargas huyó de un entorno censor, vivió los años dorados de La Habana y Veracruz, intimó con figuras legendarias del arte y el cine, visitó los recodos infernales de una adicción y se elevó de nuevo a la superficie, cantando, para «volver a disfrutar de los amaneceres». La Vargas, la dama del Poncho Rojo, la gran figura de la música popular mexicana, aunque no nació en este país, desvela ahora sus pensamientos y emociones en una autobiografía, «Y si quieres saber de mi pasado», que acaba de publicar la Editorial Aguilar.
17 mar 2002 . Actualizado a las 06:00 h.Chavela Vargas ha regresado a los papeles por este libro y también por el estreno, la semana pasada en Canal+, del documental que sobre su vida ha rodado Manuel Palacios y en el que han colaborado amigos de la cantante de tan diverso pelaje como Felipe González, Miguel Bosé, Joaquín Sabina, Pedro Almodóvar, Elena Benarroch o Isabel Preysler. No es extraño: Chavela bromea de forma elocuente sobre el heterogéneo abanico de amistades del que se ha rodeado a lo largo de su vida: «El día que yo me muera van a ir por un lado los de la jet set y por otro las putas. Va a ser divino». «Lo que duele no es ser homosexual; lo que duele es que lo echen en cara como si fuese la peste». Esta frase de Chavela Vargas define lo que fue su vida desde que era una niña: un violento encontronazo con la imposición de cánones de orden social y moral. Fue lo que la llevó a dejar su casa de San Joaquín de Flores, en Costa Rica, en busca de acomodo para su espíritu bohemio, mientras pensaba: «Espero que algún día, en cada casa de este pueblo, haya una puta, una lesbiana y un maricón». Fue lo que, en último término, acabó por convertirla en estandarte de la lucha por la libertad. Predestinada para el dolor De muy niña, la chiquilla rebelde fue curada de un defecto de visión por un chamán, lo que significó un hallazgo definitivo para su vida espiritual. Más tarde padeció de polio. Ahora, con perspectiva, reflexiona con aire trágico sobre esos avatares: «Estaba predestinada para pasar mucho dolor en la vida». De dolor, pero de otro tipo, hablan sus canciones. Porque tras aquellas incipientes ínfulas subversivas residía lo más importante, el talento de una cantante de voz quebrada que iba a reinterpretar la canción popular mexicana, trasladándola de la pachanga de los mariachis a los teatros más importantes. Y eso que el principio no fue sencillo. Alguien le dijo: «Señorita: tiene usted una voz terrible». «Bueno -reconsidera ahora- a mí no me parecía que lo hiciera tan mal».