Mirada fría y azul, cuerpo de gacela, labios pintados por Botticelli. Puede que tenga un aspecto angelical, que sea como la reencarnación de la joven Ingrid Bergman a los ojos de viejos cinéfilos, o que, para los menos veteranos, evoque a Nastassia Kinski. Puede todo eso, pero le habría sentado de maravilla el endoesqueleto de alguna replicante de Blade Runner. Claro que entonces, a comienzos de los ochenta, Milla Jovovich estaba recién llegada de la Unión Soviética y tenía 7 años rusos plantados en la soleada California. Fue muy astuto el que descubrió a la Jovovich niña grande y aria en una película Disney y la hizo semilla de nueva raza, Venus rubia o Eva de Durero que inventaba el Paraíso en Regreso al lago Azul. Ahí el espectador encontrará una enternecedora referencia a Tarzán y su compañera, cuando la buena salvaje se viste con la sofisticada ropa interior de la civilización. Luego Luc Besson la desvistió con las vendas blancas de El Quinto Elemento . En esas telas quirúrgicas estaba clara la evocación de Frankenstein creó a la mujer. Porque da la sensación que a Jovovich la diseñó un dios dibujante del viejo Flandes. En El Quinto Elemento , renacía extraterrestre, nueva hembra digna de las gimnasias de Leni Riefensthal. Era un ángel freak que le caía del cielo a Bruce Willis, taxista del futuro. Agua clara Antes de ser quinto elemento, fue agua clara como una de las lolitas de Charlot en Chaplin y luego aire en Dazed and confused . Regresó Besson y la hizo fuego en Juana de Arco , una santa violenta y alucinada, cortando miembros con su espada, como un ángel exterminador cualquiera. Afortunadamente Jovovich dejó los caminos divinos. La prueba, esa puta tan terrenal enamorada de Denzel Washington en Una mala jugada o la cantante de El Perdón . Aquí, sin rastro de maquillaje, evoca soberbiamente a la Santa Teresa de Bernini en su éxtasis amoroso. Al quinto elemento le sienta bien ser tierra y carne.