Semprún recupera, a los ochenta años, su lengua materna para la creación literaria
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El ex ministro de Cultura, Jorge Semprún (Madrid, 1923), de fugaz paso por Madrid para recoger el premio Blanquerna que acaba de concederle la Generalitat de Cataluña, dice no albergar «ninguna añoranza» de la política, una actividad «que imposibilita escribir». Y escribir es la decidida y más gratificante pasión de Jorge Semprún Maura, que a sus vigorosos ochenta años, regresa al castellano como lengua de creación. Está muy contento por recuperar su lengua materna para la creación después de muchas décadas de apego al francés. «He vuelto a escribir en español y estoy terminando una novela ambientada en la España de 1956», explica risueño este político y escritor. Semprún, que conoció el terror nazi como deportado en Buchenwald y es nieto del presidente Antonio Maura, cree que un escritor no debe pasar nunca más de tres años en un cargo político ya que «sólo te permite escribir artículos y discursos; Felipe González hubiera querido que estuviera más tiempo, pero yo tenía un pacto con él para dejarlo, aunque se cruzaron otras coyunturas». «¿Cuál es la política cultural?» se pregunta Semprún cuando se le interpela por la gestión cultural a día de hoy. «Yo no veo nada significativo ni identificador, no creo que estemos dando ningún paso importante en la comprensión de nuestra diversidad, y sin no avanzamos en ese proceso, es que vamos hacia atrás», argumenta. Novela terminada En lo estrictamente literario, está feliz por escribir de nuevo y en español. «No lo hacía desde Federico Sánchez -la novela autobiográfica que le daría el Planeta en 1977- y ahora estoy terminando una novela con la que estoy muy ilusionado y esperanzado». Se ambienta en la España de 1956 y en la revuelta universitaria de febrero de aquel año, cuando se lanzó un manifiesto contra la grave situación universitaria, firmado, entre otros, por Enrique Múgica o Ramón Tamames. «En la novela pesa mucho la memoria de una muerte de la guerra», avanza. «Es una novela de verdad, porque lo he inventado todo, aunque no la España de entonces, ni la guerra, ni las actas de las que hablo; la tengo prácticamente terminada, a falta del título, que es lo último que pongo siempre», dice. No le seduce ser académico, pero rememora divertido la tentativa de la academia francesa para integrarlo: «La Academia francesa sí me tanteó, pero no sabían que yo era español».