Próximo ya a cumplir los ochenta años, Jorge Semprún reconoce que le es difícil escribir novelas de verdad, porque su vida ha sido tan increíble que casi no necesita inventar. «Mi vida da para más novelas de las que tengo tiempo material de escribir», afirma Semprún que acaba de publicar su primera novela en español, Veinte años y un día. (Tusquetss). Es una obra cuyo punto de partida es una trágica muerte, de las muchas que tiñeron de sangre la Guerra Civil, y en la que invita al lector a recuperar, «de forma apaciguada», la memoria colectiva de esa etapa dolorosa. El 18 de julio de 1936, los campesinos de la finca de la Maestranza, en el pueblecito toledano de Quismondo, asesinaron a José Manuel Avendaño, uno de los dueños y, según decían, el único liberal de la casa. Al terminar la guerra, la familia organizaba cada año, el mismo 18 de julio, una representación teatral de «aquella muerte antigua», como si de una verdadera ceremonia expiatoria se tratara. Semprún oyó contar por primera vez la historia en la década de los cincuenta, en una cena con Domingo Dominguín y Juan Benet. Fue este último quien comentó que el episodio parecía «cosa de Faulkner». Durante años, aquel trágico suceso reposó en la memoria de Semprún, hasta que en 1985, la contemplación del cuadro Judith y Holofernes , de Artemisia Gentileschi, actuó «como último resorte» y el escritor comprendió que «una idea de novela tomaba cuerpo». Escribió cien páginas de un tirón y lo hizo en español, «para demostrarme que yo todavía sabía escribir en castellano», dice «un poco en broma», al explicar el origen de su primera novela en español.