
Un día con... | Carlos Núñez El vigués no se separa en toda la jornada de sus instrumentos favoritos. «Es que una vez me robaron en Argentina», explica. Se los lleva de tascas y a un museo arqueológico
16 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.Antes de la prueba de sonido, el músico acude al castillo de San Antón y toca la flauta en el aljibe El gaiteiro mide el escenario para decidir dónde se colocan los músicos. Se llama «prueba de posiciones» El vigués causa un revuelo en la taberna Odilo, en Monte Alto. «Chegou a boa música», dicen a su paso El primer concierto de su gira española, en A Coruña, acaba en apoteosis. La gaita se convierte en guitarra. La estampa recuerda a aquella portada de The Clash. Carlos ha perdido tres kilos de peso José, un gaiteiro de 83 años, pide ver al vigués, que lo recibe en su camerino. «Fixeches feliz ó velliño», dice, agradecido, el señor ?Un poquito más a la derecha, sí, unos pasitos más, ahí, ahí es», ordena Carlos Núñez desde la fila ocho del patio de butacas del Palacio de la Ópera de A Coruña. Mueve su diestra para orientar a los que están sobre el escenario, que son sus músicos y sus ayudantes. Recuerda a un agente de tráfico poniendo orden en un atasco. Estamos en la prueba de posiciones. Lo de probar posiciones suena a consejo de Lorena Berdún, mas no va por ahí el tema. Se trata de decidir la posición de los músicos en el escenario. El trámite se liquida en media hora. Es la una y pico, y Carlos propone a periodista y fotógrafo tomar «algo» en alguna tasca con encanto. Se ha pasado tres meses fuera de Galicia, en Estados Unidos y en Francia, y tiene morriña de serrín. Salimos del Palacio de la Ópera. «¡Las gaitas! ¿Cogemos las gaitas?», pregunta a sus cicerones coruñeses. A por ellas vamos. Están en su camerino. Una maleta cobija dos gaitas y una decena de flautas. Camino del coche, lo frena una admiradora. «Qué ojos bonitos tienes», elogia Carlos, y le firma un autógrafo en el que incluye un pentagrama con notas. «Es una canción», aclara. La tasca elegida es Odilo, en el barrio de Monte Alto, «la capital de La Coruña», como dice el alcalde. «Chegou a boa música», elogia un hombre al paso del gaiteiro con maleta de ruedas. Otro lo saluda con familiaridad y un rato después viene a disculparse: «Perdona, Carlos, como sales tanto en los medios creí que te conocía». «Pues ahora ya me conoces», musita el artista. Se acerca al oído de la dueña y le pide un agua. ¿Por qué ha bajado el tono? «Guardo el chorro de voz para el concierto». Ah. Los coruñeses admiran al vigués, y se lo demuestran con elogios tipo «eres un orgullo para Galicia». Es gente sencilla, de la calle, «sin disfraz», elogia el músico. Gente que toma la taza de vino con las dos manos, lo que es «sagrado». Expliquemos esto último. Al día siguiente de un concierto en Japón, unos admiradores lo fueron a visitar para decirle que habían buscado en Internet información sobre Galicia. Uno de ellos estaba pasmado: «¡Cogéis las tazas de vino con las dos manos! Nosotros tomamos el sake así, porque es sagrado. Galicia y Japón son los dos sitios del mundo donde se agarran las tazas con las dos manos», le explicó el asombrado seguidor nipón. Hay fame . La comida es en la cercana taberna Gaioso. El gaiteiro coloca la maleta a tiro de vista, detrás de su silla. «No me separo de ella. Es que una vez me robaron en Argentina. La noticia la dieron todos los medios. Me había quedado sin flautas, y la gente me trajo un montón de ellas. Les Luthiers me llamaron para ofrecerme las suyas». «¿Hay lentejas o caldo gallego?», pregunta al camarero. No están en la carta. «Es que llevo tanto tiempo sin comerlas...», justifica. Le ponen unas lentejas. Se le enfrían, porque Carlos se entusiasma hablando de la gaita. Cuenta anécdotas tan deliciosas como las lentejas. «Un Papa medieval dijo: 'El gaiteiro es un animal que sopla por otro animal'». Y otro Santo Padre acusó al instrumento de «despertar sensaciones voluptuosas, lo que es cierto». Para prueba, sus actuaciones. «En mis conciertos se liga mucho», presume. Invita al público a subir al escenario para escenificar un baile bretón. «Le voy a llamar la danza del amor. Muchos que se conocieron bailándola se han casado después», asegura. A la sobremesa se suma el que es su mánager desde los 16. «Me vio un día en la tele tocando la gaita irlandesa, me llamó y hasta hoy». Mucho han vivido juntos. Conciertos con The Chieftains, Sting, The Who, Dylan... Nueve giras por Japón. Una actuación ante 80.000 espectadores en el estadio parisino de Saint Dennis: «En recintos tan grandes hay que utilizar las armas del rock. La gaita se convierte en guitarra eléctrica. Tomo trucos de Jimmi Hendrix». La revista norteamericana Billboard lo ha bautizado como «el Jimmi Hendrix de la gaita», pero esto lo cuentan terceros. La barca de Breogán Tras sorber menta poleo, el vigués propone visitar el castillo de San Antón. Quiere ver el primer prototipo de barco de la Expedición Breogán , aquella frustrada iniciativa que pretendió demostrar que era posible ir de Irlanda a Galicia en siete días a bordo de una barca de mimbre revestida de cuero. El proyecto lo parió el catedrático Fernando Alonso, «un amigo». El director del Arqueológico, Bello, le muestra el aljibe donde se acumula el agua de lluvia. «Tiene que tener una acústica increíble», especula Carlos admirado. Fuera dudas: abre la maleta y saca una flauta. «Maravillosa, maravillosa», corrobora. Hay que irse. A la prueba de sonido, que dura dos horas. A las nueve es el concierto. Son las ocho. Le dicen que un gaiteiro veterano quiere verlo. José Rodríguez tiene 83 años, es de Chantada y vive en A Coruña. Cuenta que le pidió a su médico unas pastillas para poder soplar la gaita. «Tengo que tomarlas veinte minutos antes de tocar», explica. «Morro pola gaita», confiesa José, y Carlos lo abraza. Abraza la tradición. Lo mismo hace a las nueve, sobre el escenario.