La exposición de la fundación repasa la etapa europea del artista y su obra no muralista Casi cincuenta obras ofrecen la oportunidad de redescubrir el talento del artista
23 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.Noventa y nueve años después de que Diego Rivera desembarcase en A Coruña para iniciar un período de formación en Europa, su obra menos conocida en el continente llega a la misma ciudad para inaugurar artísticamente el nuevo edificio de la Fundación Caixa Galicia. Los fondos que ocupan las principales salas del nuevo edificio proceden del mismo museo del que procedían las obras de Frida Kahlo exhibidas en Santiago de Compostela, el Museo Dolores Olmedo, que tras un acuerdo con la entidad financiera gallega exhibe «la parte más importante de los fondos de Rivera» que posee, tal como explicó ayer el director del museo mexicano Carlos Phillips Olmedo. Esa parte fundamental del principal artista del museo mexicano son 43 obras que ofrecerán una perspectiva diferente del «más grande artista de México y uno de los más grandes del panorama internacional». La muestra marca dos etapas fundamentales del pintor, casi siempre a la sombra de la fama que consiguió como muralista, y que de manera decidida lo sitúan casi en el centro de las vanguardias europeas de los primeros años del siglo pasado y poderosamente influido por los grandes clásicos de éstas, de Cézanne a Picasso. Ocupando el espacio central del edificio que hoy se inaugura, la exposición sobre Rivera está organizada en dos plantas y cuatro espacios, correspondiéndose de manera cronológica con las principales etapas de caballete por las que atravesó el revolucionario pintor. En una de las plantas se pueden ver las dos etapas principales de su aventura europea, que comienza en 1907, año en el que desembarca en el puerto coruñés. La primera influencia reflejada es la que recibe de los maestros españoles del paisaje. Una influencia ciertamente académica y que guarda relación con los primeros pasos como pintor en México. La segunda influencia es la que recibe en París. Diego Rivera se deja sorprender por los sucesivos cambios que las vanguardias históricas están atravesando en los primeiros años del siglo XX y sus pinceles acusan el peso que tiene en su mirada la obra de Cézanne y Gauguin, la definitiva de Picasso y su entrada en un cubismo analítico que se diferencia de los otros grandes nombres por el color. Pero los clásicos del cubismo no le hicieron hueco a Diego Rivera y el mexicano vuelve a su país desanimado para encontrarse con los ecos de la revolución. El regreso es un encuentro con las formas populares mexicanas que invaden su pintura y, en las que se dejan sentir las maneras francesas. Rivera cambia sus argumentos y, en esta sala, se pueden ver sus modelos indígenas y bocetos preparatorios para sus murales. El tercer espacio está dedicado, con un montaje singular, a una colección de paisajes pintados por Diego Rivera en los últimos años de su vida.