Después de ver la entrega de los premios Emmy de televisión me he imaginado a Don Draper, el protagonista de Mad Men, soltando uno de esos disparos verbales envueltos en humo que lo han convertido en un ser necesario para sobrevivir. Jon Hamm, la piel real que habita a Don, se ha quedado sin estatuilla esta vez -ya la tiene de todas formas- porque Kyle Chandler se la arrebatado por Friday Night Lights. Y aunque los seriéfilos adoran esta ficción como formato de culto, la realidad de los datos ha hecho que se esfume de la pantalla. O lo que es lo mismo, no ha tenido audiencia. Entonces me he acordado de la gala de los Mestre Mateo 2009, cuando Carlos G. Meixide agradeció su premio por Onda curta desde la fila del paro, porque la TVG ya le había dado carpetazo, pese a que el programa gustaba. Un poco a lo Kyle Chandler, pero desde Galicia. Y es que en televisión el gusto es a la audiencia lo que un Ondas a Jorge Javier, una excepción a la regla, a juzgar de los críticos. Por eso cuando el éxito llega en papel de celofán hay que saborearlo, porque pocas veces se produce una carambola en la que se premie por crítica y espectador con el mismo fanatismo. Y eso que parece inalcanzable, Don Draper lo convierte en cada capítulo de Mad Men en una cínica obviedad.