Nadie es sagrado ya en televisión. Ni siquiera el éxito mundial garantiza a los actores que seguirán teniendo empleo la temporada que viene. Si de algo podíamos estar seguros los espectadores antes de que las series alterasen las normas convencionales de narración era de que el protagonista siempre se salvaría, sin importar los tropiezos que los guionistas escribiesen en su senda ni los vaivenes del destino. El bueno siempre seguía adelante y en esa serena confianza de sobresaltos contenidos podía recostarse el espectador acomodado.
Ahora ya no es así. Las series que hoy veneramos son aquellas que nos intranquilizan y en las que el más idolatrado de los personajes puede acabar sus días en cualquier esquina, a ser posible en el último capítulo de la temporada. Ese péndulo mortal oscila ahora sobre los protagonistas de Homeland. La cadena norteamericana que la apadrina acaba de lanzar un emotivo avance de su tercera temporada y en él deja patente que las nuevas entregas del otoño conservarán su ritmo trepidante e imprevisible, con la agente de la CIA de nuevo hospitalizada y el presunto terrorista confinado y apaleado. Pero ni siquiera ellos tienen su puesto asegurado. Su jefe sostiene que dejarse llevar por una historia impredecible implica hacer sacrificios y que la vida de la serie bien podría continuar sin Carrie y Brody.