Podría parecer que la crisis nos ha puesto el corazón en remojo y nos ha vuelto solidarios, pero que la televisión dedique horarios estelares a la generosidad suele tener un precio. Después del plano fijo en la miseria que Toñi Moreno planta cada tarde en TVE, La Sexta coloca ahora en prime time un espacio dedicado a la solidaridad, pero, y aquí viene el precio, barnizado de espectáculo. No puede ser malo, me digo, un programa que habla de echar una mano a personas sin movilidad, de voluntarios que siembran sonrisas en barrios marginales o de quienes dan cobijo a gente sin recursos. Así sucede en Millonario anónimo, donde alguien de cuenta corriente saneada se pone a arrimar el hombro sin revelar que desciende de la franja más alta y minúscula de la pirámide de la riqueza. El programa es emotivo, cómo no, aunque el guion resulta postizo y encorsetado.
Pero llega el final del viaje y, repitiendo el esquema de El jefe infiltrado, el potentado reparte cheques al tiempo que confiesa su verdadera identidad, no sin antes decir alto y claro el nombre de su empresa. Nadie duda del buen corazón de los protagonistas, pero los caminos del márketing son inescrutables. El espejo deformante de la pantalla devuelve por momentos la imagen esperpéntica de las cenas para pobres patrocinadas por Ollas Cocinex que pintó Berlanga. Si algo pide el altruismo es contención.