El Gobierno pide perdón y reconoce el hastío de los españoles. Promete regeneración, pero, tan solo unas horas después, avala un nombramiento que acelera el proceso de erosión democrática de TVE. Una televisión que heredó con una neutralidad e independencia loable, y como líder de audiencia, y a la que, con una rapidez alarmante, convirtió en un ente público sin casi público.
El PP, sin consenso, encarga reconducir esa cadena a la deriva a dos viejos conocidos, dos hombres afines que ya estuvieron en su cúpula durante la sesgada recta final de la era Aznar. En el Ejecutivo aún hay quien piensa que con una televisión de partido, oficialista y sin coleta se pueden ganar las elecciones. Pero cuesta creer que nadie en Génova sea capaz de ver cómo en esta época de desconfianza y recelo la manipulación descarada solo agranda la brecha entre TVE y la audiencia. El público, formado y sobreinformado, ya no comprende ni acepta un paso atrás en este sentido. Y huye a cadenas inconformistas, donde sí se ve representado.
Otro asunto es que la televisión pública haya dejado de interesar o que la estrategia sea adelgazar personal (al nuevo presidente se le tacha de liquidador de Telemadrid), presupuesto y relevancia. Unos informativos sin audiencia ya no sirven como propaganda al gobernante de turno.