La actriz Jodie Foster dirige «Arkangel», primer episodio de la cuarta temporada de «Black Mirror» y que propone una reflexión sobre los límites del control parental
30 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Con la llegada de un nuevo año la convención invita a encarar con esperanza el futuro, pero el estreno de Black Mirror no contribuye a observar el porvenir con el espíritu risueño de los anuncios. La inquietante serie de Netflix despide el 2017 lanzando los seis capítulos de su cuarta temporada, seis entregas que ahondan en el desasosiego que genera el choque entre el imparable avance tecnológico y los impulsos más primarios del ser humano.
Las seis nuevas historias de esta ficción, independientes entre sí como en anteriores etapas, se abren con Arkangel, una contribución de la actriz Jodie Foster como directora de uno de los capítulos escritos por Charlie Brooker. En él se apela a uno de los impulsos más ancestrales de la procreación: el instinto de protección de los hijos.
Ahora que la tecnología permite monitorizar permanentemente a un bebé mediante audio y vídeo mientras duerme seguro en su cuna, ¿seríamos capaces de hacer lo mismo con un niño que sale del nido al mundo exterior? El auge de los relojes inteligentes con conexión permanente para que los padres puedan vigilar y supervisar demuestra que sí, pero Arkangel va más allá.
Fantasea, el capítulo, con un ángel de la guarda tecnológico, un control parental de apariencia aséptica que otorga a una madre hiperprotectora el poder absoluto sobre el cerebro de su hija mediante un pequeño implante. Con él, no solo puede tener a la pequeña geolocalizada en todo momento desde una simple tableta, sino que es capaz de revisar sus constantes vitales, calibrar sus emociones e incluso ver el mundo a través de sus propios ojos.
Censurar la violencia
Pero este avanzado dispositivo no es un simple receptor. Permite intervenir en su percepción del mundo pixelando las imágenes de todo aquello que la madre considera perturbador. Así, la niña llega a la adolescencia y nunca ha visto sin filtros cómo fluye la sangre ni ha podido observar una escena de violencia que el sistema no haya censurado.
Desde el iniciático episodio de El himno nacional al premiado San Junípero (reciente ganador del Emmy al mejor telefilme), lo desconcertante de Black Mirror vuelve a estar en que todos sus planteamientos parecen chocantes, pero no improbables, porque extrapolan actitudes y experimentos que ya existen en el mundo real para llevarlos a extremos sorprendentes. «No hacemos ciencia ficción. No mostramos tecnología que la gente no pueda reconocer [...]. Se hace más terrorífico porque puedes reconocer esos mundos», explicó en la presentación de la serie su productora, Annabel Jones.
Las historias de la cuarta temporada se completan con los episodios USS Callister, sobre una misión espacial para explorar la galaxia y con claras referencias a Star Trek; Cocodrilo, sobre una máquina capaz de almacenar recuerdos; Hang the DJ, en el que las personas delegan la búsqueda del amor verdadero en un dispositivo que determina cómo y cuándo deben unirse las parejas; Cabeza de metal, que sus creadores definen como «una pesadilla tecnológica» dirigida por el realizador de Hannibal, David Slade; y Black Museum, un episodio parcialmente grabado en España y que recrea un museo de los horrores al que acuden los turistas para ver artefactos siniestros y enfermizos procedentes de crímenes reales.