Restaurante La Solana

José Varela

TENDENCIAS

Cocina solvente a la sombra de un pinar

02 ago 2007 . Actualizado a las 22:54 h.

Los padres de Francisco J. Carpente Cabana regentaron desde los años sesenta el primer chiringuito de la playa de A Magdalena, en Cabanas, en el que se servían los platos propios del verano y del nivel del negocio: frituras de pescado, asados, algunos arroces y mariscos... en general, elaboraciones sencillas. De modo que cuando, hace tres años, Francisco, junto a su hermano, Juan Carlos, decidió poner en marcha el Restaurante La Solana, hacia el centro del soberbio pinar que arropa el arenal eumés, tenía claro su objetivo en la hostelería. El establecimiento, que otrora ofrecía juegos de sala y servicio de café-bar, dispone hoy de cafetería, cervecería y restaurante, éste con comedor y terraza.

Para dirigir la cocina, equipada a la altura de las exigencias de hoy, se procuró la colaboración de Miguel Vigo, un chef carballés formado en A Coruña y con experiencia en los fogones del Borona y el Gavia, de Ferrol, y el Pazo Libunca, de Narón, entre otros.

Los responsables de La Solana forman parte de una sociedad local, A Esmorga, de la que participan también los restaurantes Andarubel, sito en el portal de las fragas do Eume, en Ombre, y A Pitanza, en el centro de la villa de Pontedeume. Juntos comparten iniciativas de formación, comerciales y de promoción de los productos de la comarca eumesa. La Solana organiza jornadas estacionales dedicadas a la caza, en otoño, y al cocido, en invierno.

La cocina del establecimiento cabanés es de corte cosmopolita, moderna sin los riesgos de una vanguardia en ocasiones un tanto irresponsable; sólida y manteniéndose en el campo de los gustos de un cliente que ocasionalmente se deja guiar por novedades que ofrezcan seguridad. El emplazamiento del local, en una de las playas turísticas de mayor atractivo de la costa coruñesa, lo conduce inevitablemente a unos productos del mar de calidad. Lubinas, sargos, doradas, sanmartiños, almejas, calamares, etcétera proceden de un mar que está a pocos metros de la cocina y, con frecuencia, aportados por pescadores locales. Las raciones son emplatadas generosamente. Los responsables del negocio se muestran especialmente orgullosos de su lechazo de Segovia al horno y del arroz caldoso con lubrigante, además de los pescados descritos.

Resulta grato el sargo relleno de changurro, pese al aparente exceso en la combinación; exacto en su punto de cocción. El mismo cuidado recibe el mero a la plancha. El pastel de pescado con gambas es de tenue sabor, que resulta más intenso en las croquetas de marisco, por ejemplo. El capítulo de dulces mantiene el nivel, y la bodega, sin ser abrumadora, contiene las referencias que convienen a la carta, bastante amplia.