
El otoño implica que las prendas de abrigo vuelvan a la primera línea del armario. «Winter is coming»
24 sep 2014 . Actualizado a las 11:24 h.Dicen los meteorólogos que este otoño llegará templado, con precipitaciones habituales para esta época del año, pero también anunciaron el año pasado -y lo hicieron unos prestigiosos expertos franceses- que no tendríamos verano, que serían los peores meses estivales de la historia. Y en el 2013 toda España emigró hacia la costa para achicharrarse al sol durante un largo, caluroso y satisfactorio trimestre. Pocos años hemos estado tan morenos como el pasado. Así que, bueno, confiemos en el criterio de los sabios, pero guardémonos un as en la manga, por si, de casualidad, octubre arranca fuerte, con ciclogénesis explosivas y locomotoras de algún tren de borrascas que nos haga olvidar lo que es el sol hasta la próxima primavera. Costumbre no nos falta.
Apostemos así por las prendas de abrigo -varios modelos para elegir en El Corte Inglés-, pero sobre todo por las de entretiempo, por chaquetas ligeras guateadas, por parkas a las que echar mano las tardes más frescas del otoño -ahora además de en verde militar, se llevan en azul marino-, incluso por trenkas para cuando aprieten las bajas temperaturas y, sobre todo, por las gabardinas.
Será la prenda clave del último trimestre del 2014. Pero ahora se llama trench. Y, a pesar de que nunca ha pasado del todo de moda (y nunca lo hará), llega más rejuvenecido que nunca. Deja a un lado su imagen de complemento de caballero, de galán de los años 50, de película americana de detectives de los 60, y, barnizado de elegancia, se echa sobre los hombros femeninos con un largo que supera las rodillas, colores crudos y cinturón. Evoluciona también a un híbrido entre capa y trench, y también aparece en su versión corta. Hay quien incluso se atreve a lucirla como vestido, sin más prendas debajo que las interiores.
Tiene este elemento atemporal ya 100 años de historia. Humphrey Bogart presumió de ella en Casablanca, convirtiéndola en todo un icono, y el inspector Colombo hizo de ella su seña de identidad. Nació en las sastrerías londinenses, pero se convirtió en un artículo de masas cuando, al estallar la Gran Guerra en 1914, surgió la necesidad de proteger a los soldados en el frente del viento y del mal tiempo.
Burberry fue su principal impulsor. Cuando su fundador hizo los primeros diseños de su primera trenchcoat a finales del siglo XIX seguramente no se le pasaría por la cabeza tanta elegancia. Ya en 1870 trabajó la tela para aplicar una capa impermeable. Y nació así la famosa gabardina. En la expedición polar de Roald Amundsen, Ernest Shackleton y Robert Falcon Scott experimentaron con esta nueva técnica textil que repelía la lluvia, pero al mismo tiempo dejaba transpirar. Ya comienzos del siglo XX, se elaboraron con ese rudo material refinados diseños que convirtieron la prenda en un artículo atemporal. Tenía dos cometidos: resistir al mal tiempo y mantener caliente al que la llevase. Y además, resguardar a los militares en las trincheras (en inglés, trenches, de ahí su nombre) de la Primera Guerra Mundial.
Thomas Burberry dotó de la gabardina de hombreras y un cinturón con hebilla ajustable que permitía a los soldados acoplar sus equipos militares. Además, las mangas se podrían retirar con rapidez en caso de necesidad. Por delante se cerraba el abrigo con una doble hilera de botones y cayendo sobre la espalda, una segunda capa para repeler mejor el agua. Los oficiales de la Royal Army estaban entusiasmados y en 1908 comenzaron a solicitar la nueva prenda en grandes cantidades.
El trenchcoat, que antes de la Gran Guerra se llamaba Tielocken, se ha mantenido imperturbable durante más de cien años. En los círculos de costura londinense se cuenta que los modistos tienen que aplicarse bien durante un año antes de poder comenzar a coser un cuello. El forro a cuadros sigue siendo un distintivo de su casa clásica, pero existen muchas variaciones y evoluciones que los diseñadores han subido y bajado a la pasarela, una y otra vez, estas últimas décadas. Algunas de sus variedades más arriesgadas se confeccionan en vaquero, en seda, en charol, tweed, cuero o plástico, se le quitan las mangas, presentándose como un chaleco largo; también las solapas y algunas, incluso, se diseñan estampadas. Los clientes llegan a pagar varios miles de euros por una original.