
Cuando se cumplen 37 años de su muerte y en el año del centenario del nacimiento de Charlot, su personaje más icónico, la filosofía de vida del actor británico sigue tan vigente como entonces
01 dic 2014 . Actualizado a las 15:24 h.Charles Chaplin lo tenía claro: «un día sin reír es un día perdido». Y esa fue su filosofía a la hora de afrontar su vida y su carrera como actor, impregnando de buen sentido del humor a todos los personajes a los que dio vida. Con un enfoque gracioso pero sin perder de vista los dramas, sin embargo, un aura de misterio siempre ha envuelto la figura de este interprete británico. Supuestamente nacido en 1889 en el seno de una familia humilde de Londres, aunque muchos ahora insinúan que pudo nacer cerca de Birmingham, desde muy pequeño tuvo claro que quería dedicarse a la interpretación. Así, y con solo cinco años, el pequeño ya sabía lo que era enfrentarse al público.
Abandonó Londres y cruzó el charco para cumplir el sueño americano en Los Ángeles. La suerte lo acompañó y en 1914, con su segundo corto, Making a Living, inició su leyenda de la mano de su personaje más iconico: Charlot, que este año cumple cien años. En esta pieza de apenas diez minutos, daba vida a un falso aristócrata inglés que se hace pasar por reportero. El estafador llega al lugar en el que se ha producido un accidente de coche y se hace con la cámara de un reportero para vender en el periódico la foto como su primicia. Vestido con anchos pantalones, zapatos deformados, bigote, bastón y bombín -aunque sin estas dos piezas características-, probablemente el actor desconocía que había nacido una leyenda. «El bastón representa la dignidad de la persona, el bigote la vanidad y los zapatos deformados las preocupaciones», aseguró en una ocasión Charles Chaplin.
Solo necesitó un año más para hacerse internacional y, así, con la cinta Charlot, vagabundo, y toda una serie de cortos basados en este personaje, traspasó fronteras. «Soy conocido en partes del mundo en las que la gente ni siquiera ha oído hablar de Jesús», afirmó en su momento. Y tenía razón. El actor inglés se convirtió en la primera estrella mundial de Hollywood, y eso que la Meca del cine estadounidense aún no existía como tal. Muchos expertos aseguran en la actualidad que en realidad Charles Chaplin fue uno de los padres de esta fábrica de sueños.
Con el éxito en el bolsillo, Charles Chaplin supo sacarle partido a su receta: él era siempre el bueno, el simpático, el pequeño... pero que a pesar de todas las penalidades nunca se dejaba doblegar. «Todas mis películas se basan en la idea de ponerme en dificultades para después tratar desesperadamente de comportarme como un pequeño caballero normal». Con Vida de perro y sobre todo con El chico -todas disponibles en El Corte Inglés-, una comedia y un drama social al mismo tiempo, logró emocionar a millones de personas hasta las lágrimas.
Gracias a su gag comiéndose el zapato en La quimera del oro, Charles Chaplin se convirtió en universal ya que cualquiera, hombres o mujeres de todos los colores, naciones y religiones, podía identificarse con él.
La puntilla a Charles Chaplin le llegó con El circo, Luces de la ciudad y Tiempos modernos, tres películas que todavía hoy muchos críticos consideran grandes obras de la historia del cine y materia de estudio obligatorio para entender el séptimo arte en la actualidad.
A pesar de que arrastraba la gran losa que suponía que eran películas mudas en un tiempo en que el mundo entero se desvivía por las cintas habladas, Charles Chaplin logró enamorar al público con sus risas en silencio. Pero no se estancó y consciente de dónde estaba el futuro, el actor no tardó en dar el salto a la palabra. Y no lo hizo de cualquier forma, y lo llevó a cabo con una de las sátiras más brillantes de la historia del séptimo arte: El gran dictador. Los nazis se vengaron con lo que para ellos era el peor de los insultos afirmando que el británico era judío. No era verdad, pero el interprete ni se inmutó, ya que estaba ocupado con sus películas, en las que ya era actor, director, guionista, productor e incluso compositor. Eso sí, al conocer años después el horror de los campos de exterminio, Charles Chaplin afirmó que no hubiera realizado la película de saberlo.
Todavía haría otras dos películas hasta 1952, las últimas que produjo en Estados Unidos. Y es que al actor y director británico se lo veía cada vez con más desconfianza a ese lado del Atlántico ya que se negó a boicotear a los comunistas en plena Guerra Fría. Y hoy por hoy, en el país muchos siguen conociendo al británico como «ese bastardo comunista». Muchos apuntan en la actualidad que hubo otro problema detrás de este boicot a Charles Chaplin al otro lado del Atlántico: su debilidad por las mujeres jóvenes.
Con estos rumores sobre sus espaldas, durante una de sus estancias en Europa, el FBI le prohibió volver a Estados Unidos. Y Charles Chaplin se vengó con Un rey en Nueva York, en la que interpretaba a un ex monarca europeo invitado por el Senado estadounidense que se enreda en una manguera de incendios y acaba mojando a todos los políticos. La película, rodada en 1957, no pudo verse en Estados Unidos hasta 1973. Para esa fecha Charles Chaplin acababa de recoger ya su segundo Oscar honorífico, pero apenas podía ya andar.
Sus últimos años los pasó en al lago Lemán, en Suiza, hasta que el día de Navidad de 1977 su muerte conmocionó al mundo. Pero su muerte no fue el final de su leyenda ya que no tardó mucho en volver a ser noticias. Tres meses después, saltaba la información de un secuestro en el que los captores pedían 600.000 francos a cambio de devolver al rehén, que no era otro que el cadáver de Charles Chaplin.