No es lo mismo apostar decididamente por la cantera que tirar de la cantera. Más allá de una acumulación de talento o de trabajadores más o menos voluntariosos, la cantera exige una metodología y un cuidado que ha estado a años luz de la propuestas del Deportivo durante los últimos años. Cierto que el club puso en marcha una ciudad deportiva a la que le pesan los años y el descuido, unas instalaciones que en sus inicios se publicitaban como apropiadas para celebrar comuniones o reuniones de amigos ocasionalmente vestidos de corto. Primero, el conocido axioma de despreciar todo lo que no fuera invertir en la primera plantilla; y después, bajo la excusa del abismo que separaba al filial del hermano mayor. Abegondo no ha producido futbolistas en la proporción que se cabría esperar de unas instalaciones que la propaganda oficial definía como la referencia del noroeste de la península. Un dato. Ni uno solo de los cientos de jugadores que han pasado por Abegondo está actualmente en Primera. Algo no se habrá hecho bien.
A Fernando Vázquez la necesidad le obligó a buscar soluciones donde quizá no las había. Abegondo podría haber tenido más medios -los casi doce millones de euros que se pagaron por el Toro Acuña hubieran sido más rentables en la ciudad deportiva que en el primer equipo-, pero le ha faltado, sobre todo, una idea que se alejara de alardes como golear de forma despiadada a los modestos de la ciudad. Ha faltado creer y apostar por un material humano capaz de enderezar la errática carrera de talentos como Iago Beceiro o de convencer a jugadores como Bicho de que el proceso para alcanzar la élite es bastante más complejo de lo que un juvenil de 17 suponía hace unos meses, aunque tiene todo el derecho a rebelarse contra el grupo de aficionados que le abuchearon la semana pasada con el Fabril. Es una cuestión cultural. Tiene tiempo. Todos lo tienen.