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Cuando los abuelos de Lucas Vázquez «engordaban» a las perlas del Dépor

Pedro José Barreiros Pereira
Pedro Barreiros A CORUÑA / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

En el restaurante Exprés de Curtis, propiedad de la familia del futbolista del Castilla, hicieron la pretemporada históricos como Ballesta y Traba cuando dieron el salto desde el Fabril

04 abr 2014 . Actualizado a las 15:03 h.

Hubo una época en la que las promesas del Fabril, antes de subir al primer equipo, pasaban un mes en el Exprés de Curtis. «El presidente del Deportivo era Antonio Álvarez tenía unas granjas cerca de aquí y era muy amigo de mi padre. Nos mandaba a chicos del Fabril que iban a subir al primer equipo o que ya estaban en el primer equipo», recuerda Nano Vázquez, hijo de Pepe, ya fallecido, y Pilar, los históricos dueños del restaurante y abuelos de Lucas, el veloz extremo del Castilla y perla del rival del Dépor mañana (18.15 horas, La Sexta) en Madrid.

Entre los que pasaron por el Exprés se encontraba un joven Ballesta, quien luego despuntaría como central, acudió al Exprés en la pretemporada de 1974, con 19 años, junto a Canosa («un lateral que luego jugó en el Celta, el Salamanca y el Pontevedra», recuerda) y Rivas («que era el 10 del Fabril, en el que nos entrenaba Rodrigo», señala). Al verano siguiente, otra vez durante el mes de julio, llegó el turno de Traba, delantero centro y quien compartió estancia y manutención junto a Barallobre y Patiño.

«Estábamos flaquitos»

«El entrenador era Irulegui, un hombre muy culto, y nos dio unas tablas de ejercicios para hacerlas allí en julio», recuerda Ballesta. El conocido restaurante de Curtis ponía el sustento y la cama para que las promesas del Deportivo completasen duras jornadas de entrenamiento al sol del mes de julio. «Eran veinte o treinta días y venían fundamentalmente a engordar. Decían que les faltaba cuerpo y desde el desayuno comían -recuerda Nano- queso, chorizo, jamón, tostadas de pan de bolla con aceite de oliva. En la comida, lo que había en la casa: merluza, carne asada, lengua, platos de cuchara, guisos, merluza o el pescado que hubiera; y luego aún venía la merienda y la cena», añade.

Y Ballesta corrobora: «Estábamos flaquitos e íbamos al monte para hacer abdominales, o cogíamos troncos, subíamos a los árboles y andábamos muchos kilómetros. Era un verano tremendamente caluroso, así que luego íbamos a la piscina, que se inauguró por aquellos días y que no había en muchos pueblos, hasta la hora de comer. Por la tarde nos acercábamos al campo de fútbol con otros chicos de Curtis, que había muchos que estudiaban fuera y venía a pasar el verano, o íbamos al río y a la noche comíamos las truchas que pescábamos».

El histórico futbolista y entrenador subraya el trato familiar de los dueños del restaurante, que abrió por primera vez en 1938, cuando aún vivían los abuelos de los actuales propietarios. «Pepe y Pilar nos querían como si fuésemos sus hijos. Se sentaban a la mesa a comer con nosotros, pero había mucha más gente en la pensión, mamás con niños que venían a pasar el verano a la montaña, gente que necesitaba un clima menos húmedo que el de A Coruña, o camioneros en ruta que paraban todo el año», explica.