Un partido final de Copa, con tres goles y resuelto en los últimos momentos por una diferencia mínima en el marcador, debe ser calificado como «una final emocionante», calificativo que libera de otros análisis al partido de referencia. ¿Cuántos encuentros de fútbol quedan grabados en el recuerdo del aficionado, más por la emoción que por la calidad del juego? Creo que muchos más entre los primeros, y aquí hay que incluir esta final Madrid-Barcelona (2-1) que dejó en el ánimo de los barcelonistas la impresión, cierta, de que igual pudo ser otro el resultado. También los seguidores del club blanco respiraban anteanoche convencidos de que el Madrid se había proclamado limpiamente campeón de Copa, sin poder plantear al barcelonista Bartra reclamación alguna por no cortar a tiempo la fulminante carrera de Bale, esprint que el madridista terminaría batiendo a Pinto después de alcanzar en la internada una velocidad de 27 kilómetros/hora. Sin comentarios.
Con lo dicho hasta aquí, parece justificado calificar el partido como excepcional, en una final de Copa presidida por una permanente incertidumbre que, seguramente, a algunos aficionados coruñeses les recordó aquella final del Centenariazo ganada (1-2) al Madrid por el Deportivo en el escenario del Santiago Bernabéu. Escenario plagado de grandes recuerdos futbolísticos, y los que le restan?