El ascenso pasa por Riazor. El Dépor no mostró su mejor cara en Vitoria, jugó a remolque del entusiasta Alavés y se encontró con un empate cuando lo tenía todo perdido. Tiene pegada, pero le cuesta exhibirla o al menos con la continuidad que debería. Pudo incluso ser más productivo sin el grave error del colegiado, que señaló un inexistente fuera de juego de Toché. Pero el empate tampoco hubiera sido justo. Marcó en las dos únicas ocasiones que tuvo, pero jugó de forma atropellada, con una ansiedad impropia de un líder, con escasa convicción y falto del poderío que se le supone a un líder.
El conjunto coruñés solo ha sumado dos empates en los tres últimos partidos y el cómodo colchón de nueve puntos se ha reducido a cinco, una renta quizá inquietante quince días atrás, pero suficiente para no paralizar las piernas en el esprint final. Pero lo más preocupante es que, con la excepción de los primeros 45 minutos en Lugo, el grupo de Fernando Vázquez ha olvidado en las últimas jornadas la fiabilidad y seguridad en sí mismo que le permitió alcanzar el liderato; carece de la fortaleza defensiva de antaño e incluso jugadores como Lux o Sissoko, que deberían marcar las diferencias, parecen contagiados por una ansiedad que debería atenazar a otros.
A cuatro jornadas para el final, lo mejor que puede decirse es que el Dépor sigue dependiendo de sí mismo y, sobre todo, de lo que sea capaz de hacer al abrigo de Riazor. Y eso ya es mucho.