Cuatro títulos y varios partidos memorables jalonan la prolífica carrera de Víctor Fernández
11 jul 2014 . Actualizado a las 19:57 h.Veinte emocionantes campañas para adornar un currículo. No es poco el bagaje de un técnico que se planta en A Coruña con cuatro títulos y una ristra de relucientes partidos a la espalda. La misión tampoco es menor: devolver al Dépor su lugar entre los grandes. Víctor Fernández sabe cómo. Aprendió a hacerlo en casa.
El Zaragoza se lo cruzó en el Stadium Casablanca; clásico del fútbol base de la capital aragonesa al que había regresado como entrenador tras defender sus colores de chaval -esforzado centrocampista que no pasó de jugar en Tercera con el Sariñena-. El acierto que no demostró con la bola sí lo tuvo en la pizarra.
La Romareda lo conoció a la sombra de Radomir Antic, como segundo del serbio, antes de volar solo al frente del filial. Apenas tardó unos meses en regresar al primer equipo. La alternativa se la dio el 5 de marzo de 1991 el uruguayo Ildo Maneiro, que contaba con el favor del vestuario pero había perdido el de la grada. El club quiso recuperar la sintonía con la hinchada y calcó esa apuesta por lo autóctono que hace año y medio realizó el Dépor con Fernando Vázquez.
Al de Castrofeito se le escapó la permanencia en el último partido; el maño la amarró en una promoción contra el Murcia. El logro le reportó crédito entre la afición, la directiva y un vestuario en el que el portero Cedrún soplaba más velas que el míster, recién cumplidos los 30.
El gran Zaragoza de los 90
Arrancaba otra época dorada a orillas del Ebro, reverdeciendo laureles de los sesenta. De cuando los Cinco Magníficos. A los Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, se les unieron en el relicario maño Pardeza, Esnáider, Belsué, Cáceres, Poyet, Aguado, Santi Aragón, el Chucho Solana, el Paquete Higuera... Y Nayim. El ceutí que lanzó ese misil que tantos recuerdan. Con el que el campeón de Copa liquidó al Arsenal en la final de la Recopa de la UEFA. Segundo título continental para los blanquillos.
La hazaña no dio más que un par de años de crédito al técnico, despedido en noviembre del 97 tras iniciar torcido su sexto curso en el Zaragoza (la indemnización, se dijo, alcanzó los 195 millones de pesetas. 1,2 millones de euros, para los nuevos).
Con lo aprendido (y lo conquistado) como argumento, se mudó a Tenerife. Aunque allí solo pudo repetir el sinsabor de la despedida. «Ni siquiera me lo comunicaron en un despacho. Después del partido, en el vestuario, me apartaron unos metros de los jugadores y me dijeron que todo había acabado», lamentaría. Entre los futbolistas que asistieron perplejos a la escena, un veterano ariete portugués de nombre Domingos Paciencia.
En el Heliodoro arrancaba el carrusel. El verdugo aquella jornada (la 10; con 11 puntos en el saco) acabó meses después dando cobijo al ajusticiado, cuando el técnico maño recaló en Vigo. En Balaídos aterrizó todavía tierno, a sus 37, pero con mucha mili ya en Primera.
El Celta del juego bonito
En el Celta sí revivió alegrías. A falta de títulos (intertotos aparte), acumuló juego brillante, partidos memorables, grandes números en Liga y accesos a la Champions. Virtuoso de lo intangible, Víctor Fernández coleccionó halagos en el Celta de Mazinho, Karpin, Gustavo López, Mostovoi, Revivo... Legión extranjera entre la que apenas se colaron sin embargo futbolistas del vivero celeste.
De Galicia, a Sevilla, donde guio un par de buenas temporadas de aquel Betis de Denilson y Assunçao antes de cruzar fronteras hacia una fugaz aventura en el Oporto. Los días en O Dragao le dieron dos nuevos títulos (una Intercontinental y una Supercopa lusa) y un prólogo para la segunda parte en la Romareda. El bis se convirtió en lunar, más propio de Matrix que de El Padrino. Agapito Iglesias estrenaba era en el Zaragoza y su comienzo fue digno del fatal desenlace.
Estrellas de la talla de los Milito, Piqué, Ayala, Luccin, D?Alessandro, Oliveira o Aimar agrupadas en dos campañas distintas a golpe de talonario. Mezcla terrible que estalló en peleas y multas ejemplarizantes a los rebeldes. El técnico no escapó ileso del polvorín.
La turbidez del ambiente oscureció el juego bonito y acabó por cobrarse al míster, quien afirmó que nunca volvería a tomar el timón del Zaragoza. Aún reincidiría en el Betis (en Segunda) antes de probar fortuna en Bélgica. El del Genk fue el penúltimo banquillo de una prolífica carrera. Ahora, Víctor Fernández y el Dépor buscarán juntos en Riazor el subidón de los picos de su montaña rusa.