EEl único consuelo (?) de los veteranos seguidores deportivistas está en los recuerdos vividos tiempos atrás. Es lo primero que uno siente, a la vista del penoso ambiente que amenaza al Real Club Deportivo de La Coruña, esperando que vuelvan los tiempos normales, que volverán, y que rebasaron el centenar de años período en el que el club coruñés sufrió infinidad de reveses, pero ninguno como el de ahora, de una magnitud que nunca creímos pudiera ocurrir.
Confieso sentirme incapaz de analizar tan inexplicable situación, iniciada en los años 90 dado que en tiempos anteriores, la afición coruñesa sufría sin descomponerse los fracasos de su equipo frente a los adversarios. En temporadas anteriores fueron tantos y repetidos que se pagaron con los descensos, según era y es ley del fútbol.
Lo que está sucediendo sorprende incluso lejos de esta ciudad, en donde las informaciones que se reciben destacan unos sucesos que extrañan mayormente porque fuera de aquí son conocedores del tradicional buen entendimiento entre coruñeses.
La culpa no puede descargarse sobre el fútbol, algo que no puede aceptar ningún veterano aficionado que recuerda el comportamiento de grupos entusiastas que siempre acudieron a Riazor esperando ver ganar al Deportivo y, si perdía, esos seguidores regresaban del campo con caras largas y recogidas la banderas blanquiazules que anteriormente flameaban al aire camino del partido. Una de esas estampas trae al recuerdo la popular «Banda de la patata», que tenía su sede entre las Atochas y la coruñesa calle Orillamar. Hablamos de los años 60. Bajaban por Panaderas, Orzán, Rubine y se acomodaban en la Maratón de Riazor. Si el Deportivo perdía, regresaban silenciosos y pensando en el próximo partido. Relatar viejas estampas como esta, lo que hace es entristecer todavía más.