«Es muy pesao». Así se expresaba un futbolista del Dépor sobre Víctor Sánchez del Amo y sus sesiones de vídeo. No escatima minutos en enseñar a sus jugadores aquello que él piensa que se hace mal o bien. Intenta por todos los medios que interioricen sus consejos y que visualicen todas las situaciones que considera relevantes.
Al principio, el fútbol era un deporte de sensaciones, en el que lo único que se medía eran los goles y el tiempo que duraba el encuentro. Hoy en día se saben las pulsaciones de los jugadores en cada momento, cuántos metros han recorrido y en qué partes del campo, las veces que disputan un balón y se lo llevan, los remates, las faltas... Todo se cuantifica, todo se mide, todo se estudia. Hasta el punto de que se ha llegado a la perversión de creer que trabajando a través de los números lograremos influir en el juego, negando que los números suelen ser la consecuencia lógica de cómo jugamos. Y que a mejor juego, mejores números.
El conocimiento nunca es despreciable. Todo lo contrario, pero el fútbol moderno corre el riesgo de diluirse en un océano de estudios, grabaciones, análisis científicos y teorías que, si se sacralizan, nos llevarán al engaño de creer que el talento se puede fabricar en el laboratorio y que el juego de un equipo dependerá más de un chip que de la calidad de sus futbolistas y del talento y liderazgo de su entrenador.
El éxito o el fracaso de Víctor y de cualquier técnico vendrá más por su genialidad para potenciar las capacidades de sus futbolistas que por una obsesión por medirlo todo.
Afortunadamente, Víctor sabe que cuando corría la banda en Riazor y dibujaba una rosca perfecta a la cabeza de Pandiani o Makaay, el gol era casi inevitable. Otra cosa es que hoy en día el Dépor no tenga un Víctor o un Makaay y haya que ponerse pesao con los vídeos para compensar.