Quien haya visto al Eibar esta temporada, ayer quedó decepcionado. Los de Mendilibar no crearon problemas a un Dépor que puede seguir presumiendo de ser un equipo casi invulnerable, con una capacidad extraordinaria para destruir el fútbol del rival y llevar el partido por el cauce que más le interesa.
El equipo no es audaz, pero es muy solvente, competitivo y con recursos. Porque su magnífica sexta plaza en la Liga se explica más por estas virtudes que el brillo de un juego en el que destaca más la prosa que la poesía y el generoso esfuerzo que las florituras. Es eficaz, sólido y solidario.
El meritorio grupo eibarrés fue inferior a un Dépor tan bien plantado como siempre, sabedor de que tarde o temprano alguien abriría la puerta hacia la victoria. Y fue el de siempre. Lucas provocó el penalti y lo transformó. Y dio sentido al sacrificado trabajo de sus compañeros. Su aportación al equipo es tan grande que da miedo pensar en su ausencia.
Con los de ayer, ya son 26 puntos en el casillero blanquiazul. Suficientes como para pensar que el objetivo está dejando de ser la permanencia y que en el caso de ganar la próxima jornada en Getafe se puede empezar a soñar con cotas que hace cuatro días eran ciencia ficción.