Resulta que sí que había problemas. Y que el Dépor no solo ha llegado al final del campeonato con la lengua fuera, sino que además lo hace al borde de una guerra civil en el vestuario. La última prueba es la intervención de Pedro Mosquera. Un futbolista muy comedido en sus declaraciones y que si sale a la palestra y contribuye a la polémica quiere decir que la ponzoña rebosa los vestuarios de Abegondo y Riazor. Menos mal que el Dépor ganó en Villarreal, porque a estas horas el equipo estaría más descendido que otra cosa.
La falta de profesionalidad a la que alude Mosquera; o el simple hecho de que sienta de corazón que tal cosa se ha producido; o lo que es más importante, que decida hacerlo público, refleja el tremendo deterioro que hay en la caseta y la falta de un liderazgo fuerte que lo hubiera evitado. Y esto es tanto responsabilidad del entrenador como de los capitanes, quienes no han ejercido como tales, tal vez porque no tienen peso específico en el equipo.
Es una pena, pero lo ocurrido debe servir para aprender y crecer. El Deportivo sigue teniendo cosas muy buenas, porque un buen número de sus futbolistas tienen calidad suficiente para competir a buen nivel en Primera. La dirección deportiva demostró estar capacitada para configurar la mejor plantilla posible. No hay que olvidar que el Deportivo partió con el segundo límite salarial más bajo de la Liga. Y desde el consejo de administración se ha demostrado una enorme capacidad para encauzar el futuro de la entidad y devolverle a la normalidad institucional. Cierto es que fallaron los mecanismos de control del vestuario, algo muy importante, pero las otras cuestiones tampoco conviene olvidarlas.
Ahora hay que dedicarse en cuerpo y alma a resolver la asignatura pendiente del técnico. Hay que dar con la tecla adecuada y encontrar por fin estabilidad en el banquillo.