Una tentación sencilla condiciona la tramposa política de mirada corta. El recurso fácil pasa por romper con cualquier atisbo del pasado. Rescindir contratos, paralizar obras, cancelar proyectos e imaginar un plan nuevo con el que dejar huella. En esa lógica, los gobernantes olvidan con frecuencia que están de paso y deben sacar el mejor provecho de la herencia que reciben. La espiral de volantazos con cada cambio de color político termina paralizando cualquier asunto. En realidad, la política requiere un ejercicio de posibilismo. Con unos recursos limitados -y que en realidad no pertenecen a los cargos, sino a los ciudadanos-, se deben garantizar unos servicios a la sociedad. Las soluciones utópicas se convierten en el principal enemigo del progreso. Impiden que se tomen medidas útiles para postergarlas siempre a la espera de una genialidad. A Riazor, como campo municipal, lo fueron maltratando sucesivos gobiernos locales con su desidia en el mantenimiento. Hasta que la realidad se ha ido abriendo paso, demostrando todas sus carencias. Bajo el mandato del alcalde Carlos Negreira, que también contribuyó a que se oxidasen las estructuras del estadio, se terminó tramitando una obra de reforma para las maltrechas cubiertas del estadio. Un plan con carencias, que después la propia empresa adjudicataria se veía incapaz de ejecutar con semejantes recursos, algo menos de tres millones de euros. La situación le tocó gestionarla al gobierno de Xulio Ferreiro. Y con la reclamación de la constructora sobre la mesa, optó por el camino más fácil y largo: romper con toda la tramitación anterior, evitar la negociación de un contrato imperfecto y ganar tiempo para soñar con una reforma más ambiciosa que, al ritmo al que despacha los temas, no estará lista ni cuando termine su mandato. Una política de tierra quemada que eterniza los problemas de Riazor para marcar distancias con el adversario político y rentabilizar los posibles réditos de una obra tan necesaria.
Pero el estadio sigue cayéndose a trozos. Cuando hay temporal, todavía más. Y el mantenimiento de las últimas temporadas se ha limitado a un plan de acción-reacción carente de planificación. Cuando surgen los desprendimientos, toca subir a arreglar los desperfectos. Así hasta el siguiente contratiempo. Mientras, en María Pita prometen nuevas maquetas de Riazor. Para que cuando el lento proceso administrativo tenga el tema encauzado, llegue el siguiente alcalde y las tumbe.