Con doce meses de mandato todavía por delante, ya está consumido el primer ciclo de Tino Fernández como presidente del Deportivo. Con la marcha de Fernando Vidal primero y Richard Barral después se cierra una etapa, por mucho que el director deportivo quisiese ayer desvincular ambas salidas. El tándem que propuso las principales decisiones de la parcela deportiva deja ahora todo el foco señalando al presidente.
Barral se enfrentó a una tarea de pura supervivencia en cuanto puso un pie en Abegondo. El Deportivo todavía era en junio del 2014 un club descompuesto a todos los niveles. Y, más allá del segundo ascenso instantáneo que en aquel momento acababa de salvar el equipo, como quien levanta una nueva bola de partido en contra, la parcela deportiva retrataba la peor deriva del lendoirismo. Con aquella forma tercermundista y chapucera de llevar los fichajes y la cantera, con entrenadores sin asegurar y una toma de decisiones que había derivado en caudillista y disparatada, el Dépor había perdido todo su crédito, no ya financiero, sino también de credibilidad para negociar contrataciones y acuerdos.
Llegó Barral y desde fuera, con la reflexión de un jugador de PCFútbol, la reacción fácil siempre llevaba a crucificar al afortunado ejecutor de los fichajes del Dépor. Con un cargo codiciado y criticado a un tiempo también desde la profesión, recibió palo tras palo. Y la sensación de derrotismo solo dejó la grada en momentos puntuales, con un equipo que perdía y perdía.
Pero conviene reconocer que Barral contribuyó a reconstruir aquella ruina. Con más voluntad que dinero. Con aciertos como Borges, Lucas, Cartabia, Babel y Schär, y fiascos como Cavaleiro, Saúl, Cuenca... Pero, sobre todo, resulta indiscutible que no encontró un entrenador que supiese a un tiempo ganar partidos e ilusionar al deportivismo. En su elegante despedida Barral solo deslizó ese reproche implícito, que su plantilla no encontró alguien que la exprimiese lo suficiente. El jugo a este club ya se lo intentarán sacarán otros.