Penúltimo, y aún con vida gracias al despropósito contagioso de sus rivales, el Deportivo transita a veces por una realidad paralela. Su entrenador llegó con el cartel de avispado comunicador, pero su discurso triunfalista y las bromas cuando suma solo dos puntos en sus cinco primeros partidos no empatizan con una afición desesperada. Los futbolistas se empeñan en transmitir confianza, en recordar la calidad del grupo... Y la moto la compran, encantados y condescendientes, los rivales. El Deportivo tiene un plantillón, dicen. Pero lo que sucede en el verde lo desmiente todo y al grupo se le descubren las costuras línea por línea, en la portería, en la defensa... Alguien, desde el consejo de administración a la plantilla, tiene que propiciar un cambio. Y cuanto antes, para evitar el descenso.
No se puede hablar de mala suerte tras 27 jornadas. Tampoco el sábado. Pobre en el remate, tembloroso en las jugadas clave y hundido por el crónico problema de la portería. El Dépor no funcionó ni cuando se enseñó un rato al inicio, ni después cuando se dedicó a defender y correr sin asomar en ataque. De hecho, pese a los balones claros que tuvo en el primer acto, solo anotó gracias a un golpe de suerte, el rebote en el portero rival de un remate que había ido al palo. Agradeció el equipo blanquiazul que el trabajado Eibar de Mendilibar no tuviese esta vez claridad para aprovechar boquetes como los que deja el trote de Muntari. Y ya está. Su esforzada resistencia con diez, típica de equipo pequeño, porque prácticamente renunció a salir con peligro hacia campo contrario, no maquilla sus problemas. De Seedorf solo está claro su gusto por los envíos a los delanteros sin entretenerse en el centro del campo, y sorprende en cada alineación. Desde la portería hasta el punta. Apostó por Koval un día después de reconocer que tenía un problema en una mano y cuando el miércoles no lo había ni convocado; y recuperó a Andone para la alineación después de reservarlo no se sabe muy bien por qué en Getafe. El punto no le vale al Dépor ni con el atenuante de haber jugado con diez ni con el milagro del Levante-Espanyol. Porque la expulsión que le debilitó ante el Eibar no se le puede imputar a un tercero. Y porque cuesta pensar que la anemia de este equipo sin rumbo (4 puntos de los últimos 36 en juego) se vaya a solucionar al final contra el Atlético, el Barcelona el Sevilla y en los campos del Celta y del Valencia.