El Deportivo ha llegado tarde a la liga. Parece responder ahora a una idea de equipo... pero todo apunta a que no le bastará para seguir en Primera. Ya compitió antes, aunque ahora lo hace con más credibilidad y continuidad que en las apariciones aisladas de los siete primeros meses. Juega en estos últimos partidos el equipo de Seedorf junto y arropado, olvidados los alardes de una pizarra que se había llenado de demasiados delanteros. Esta idea solidaria conecta con la grada, más allá del efectismo de los tres puntas en un equipo que recibía goles a montones.
Ese sonido agradecido de Riazor, el de las mejores tardes, lo resume casi todo. El mismo equipo calamitoso de los últimos meses consiguió ganarse a su gente en apenas un par de jornadas. Porque esta grada lo premia todo y porque además ahora juega con la intensidad que tantas veces se echó de menos. También ante el Sevilla llegó tarde el Dépor. Pero hasta con un primer tiempo tan pobre, dio la sensación de poder agarrarse al partido, a la permanencia. Después del descanso, otra vez con Çolak cambiando el paso de un juego hasta entonces demasiado previsible, lo falló todo y mereció más.
Con Bergantiños de permiso esta temporada en Gijón, fueron los dos futbolistas a los que probablemente más les dolería este descenso, Lucas y Mosquera, los que no acertaron con todo de cara. El tercero había mantenido al equipo vivo unos minutos antes. Porque el partido ante el Sevilla regala una mínima justicia poética para Rubén, el mejor de la tarde, el portero que soñaba con ponerse los guantes en Riazor y tantas veces representó la cara del fracaso del equipo.