La primera visita del Albacete a Riazor sirvió para bautizar a los jóvenes hinchas blanquiazules
18 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Pocas veces las visitas del Albacete a Riazor han pasado sin pena ni gloria. Bien porque en juego estaba el ascenso, bien porque Bebeto decidió hacer historia con cinco goles (llegó a batir en diez ocasiones a los manchegos) para el recuerdo, bien porque los visitantes se llevaron puntos contra pronóstico (solo dos veces y en forma de empate). El domingo, Alba y Dépor vuelven a verse las caras en el feudo blanquiazul. Y lo harán del mismo modo que la última vez en Segunda, con los visitantes segundos y los coruñeses persiguiéndolos. En aquella ocasión, subieron los dos.
Y como toda relación, la de estos dos clubes tuvo un principio que, en esta ocasión, tiene detrás una historia. Esa que escribieron «los niños del ascenso». Dos mil pequeños que el 3 de mayo de 1986 acudieron a Riazor invitados por el Ayuntamiento de A Coruña y el club coruñés.
Pino caminaba hacia la conquista de la Vuelta a España. El fútbol gallego se veía salpicado por el intento de compra de un partido que acabó costándole el puesto a los presidentes del Pontevedra y el Compostela. Barrio Sésamo, La Bola de Cristal, Falcon Crest y Dallas triunfaban en televisión. España lloraba a Tierno Galván. Nacía Rafael Nadal... Eran tiempos en los que el billete de autobús costaba cincuenta pesetas, lo mismo que una entrada para Especial Niños en A Coruña, o una cerveza en un bar del barrio. Y en esa Coruña que se preparaba para disfrutar en verano de la primera edición del Noroeste Pop Rock, un niño llama un día al programa de Antena 3 (germen de Radio Voz) Cita en María Pita para explicarle al alcalde, Francisco Vázquez, que en el anterior partido no había podido entrar en el campo y que quería ir al próximo. En las últimas semanas, Ayuntamiento y Deportivo habían financiado la presencia de niños en el estadio para animar en busca del ascenso.
La llamada del pequeño hizo tanta gracia al primer edil municipal que ese fin de semana amplió el número de entradas regaladas. Dos mil niños se dieron cita frente al Albacete en Riazor y aquel día las gargantas infantiles atronaron más que nunca.
Tras la fiesta, que finalizó con victoria del Dépor por 3-0 (Traba, Donowa y José Luis, del que el entrenador del Albacete, Pachín, diría: «Necesitaba a Camacho para pararlo»), Vituco Leirachá propondría en su columna Punto de Mira que se bautizase a los cativos como «los niños del ascenso».
Unos niños que, paradójicamente, nunca ascendieron. Porque la ansiada Primera División no llegaría hasta 1991 cuando ya eran jóvenes que habían superado la adolescencia. En el camino, se graduarían en deportivismo, sufrimiento e injusticias. Una semana después de aquel partido, un polémico arbitraje en Oviedo dejaría a su Dépor en Segunda. Un año después sería la promoción, con el inexistente penalti a Alvelo. En 1988 llegaría el milagroso gol de Vicente para evitar el descenso a Segunda B. En 1989, los llantos en Pucela por la Copa de Hierro y Soriano Aladrén. En 1990, la promoción contra el Tenerife. Y, doce meses después el incendio de la cubierta de Preferencia que sirvió para, por fin, quemar el meigallo y subir a Primera. De ahí, a días de vino y rosas que, quizá nunca se hubiesen vivido si durante aquel mayo de 1986 el corazón de los niños del ascenso no se hubiese impregnado de blanco y azul.