Una tarjeta amarilla en Gijón dejó a Vicente Gómez fuera de la convocatoria para el partido ante el Tenerife. Bien. La apuesta de Natxo para suplir su baja en el costado izquierdo fue apostar por el músculo y la zurda de Didier Moreno, un jugador que cubre con su entrega una amplia parcela del terreno de juego, pero de conducción de balón lenta y que, hasta hace bien poco, parecía más fuera que dentro del equipo. Fue el planteamiento de Natxo. Todo bien.
El Deportivo fue ante los de Oltra un equipo lento y plano. El Tenerife, un conjunto de perfil bajo fuera de casa, salió respondón. Sorprendió con su descaro y los primeros 45 minutos fueron nulos. Incluso con algún susto de más. Fue el factor sopresa, puede pasar. Todo bien.
Didier Moreno vio una cartulina amarilla muy pronto. Estaba cantado que no iba a acabar un partido de demasiado ida y vuelta para un centrocampista amonestado. Quedaba una vacante en la parcela izquierda para dos candidatos en el banquillo. Uno de ellos, finalmente el elegido, era Krohn-Dehli. Un jugador que volvía tras una lesión y que encandila a Natxo González, pero ni de lejos tiene el mismo efecto en la grada. El otro era Pedro Mosquera. Sin Vicente, sin Didier y un hueco por la izquierda a cubrir, debía ser su día. Y ni así. Lo peor para él es que ya no extraña a nadie. Dicen que 90 días son los necesarios para crear un hábito y el coruñés va en camino de superar ese registro. Pronto se cumplirán dos meses desde la última vez que le vimos vestido de corto. Y eso ya no está bien.
De aquel jugador, de aquella primera vuelta que puso los dientes largos al Levante peninsular, no parece quedar nada. Mosquera no ha logrado contar en uno de los partidos de la temporada cuyo guion exigía de manera más evidente cambiar el músculo por la técnica. Como en los Picapiedra, a Pedro nadie le abre la puerta. Eso en caso de que esté llamando.