La afición despidió al Deportivo con críticas al consejo y una bronca que recordó a la que había acabado con la espantada de Paciência en el 2013
07 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.El vaso de Riazor se desbordó al finalizar el partido. La grada se abarrotó de pañuelos como nunca en los últimos tiempos y los jugadores aguantaron estoicos el enfado en el césped. El cabreo de la afición no solo quedó claro en la bronca final, sino sobre todo por la creciente desconexión con su equipo. Hacía mucho tiempo que no había tantos asientos vacíos. Justo en la semana en que el club había llamado a llenar el estadio, con precios populares para los menores de 15 años, se encontró con la peor entrada de la temporada.
Todo había comenzado mientras el balón aún rodaba, cuando el grito de «Dépor, échale huevos» dejaba claro que si los tres puntos se quedaban en casa, no iba a ser por el fútbol. La hinchada tocó como suele la corneta de zafarrancho y asedio sobre la portería de Marathón, pero nadie respondió en el césped, poblado de nervios y excusas. Natxo González se pasó casi toda la segunda parte a resguardo del banquillo mientras rumiaba soluciones. Tampoco sus jugadores, tiesos y medrosos hasta el final, pueden presumir de haber caído con las botas puestas, sino con los brazos caídos. Sin nada que perder, el Majadahonda acabó dando una pequeña vuelta al ruedo, incluso aplaudida por parte de algunos aficionados.
Fue la primera pañolada masiva de Riazor en mucho tiempo. Ni siquiera durante los últimos descensos la evidente desesperación se había expresado de forma tan salvaje y mayoritaria como ayer. Solo la noche del 9 de febrero del 2013 Riazor se sacudió con otro escándalo mayúsculo tras el 0-3 del Granada. Acabó con la espantada de Domingos Paciência después de apenas seis partidos y la llegada de Fernando Vázquez. Luego, lentas agonías de dolor y lágrimas plasmaron el sentimiento deportivista hasta que ayer por la tarde un enfado corajudo y genuino explotó como una bomba en un estadio semivacío.
Si el sonido fue el de un rapapolvos de época, la imagen se quedó con la camiseta de Marí empapada en el suelo. El 22 se quitó la blanquiazul y la tiró a la grada, que se la devolvió cuando el central ya se había dirigía a los vestuarios. El enfado de Riazor tuvo su epicentro en los jugadores, pero también arreció contra los dirigentes. Los cánticos de «directiva, dimisión» se escucharon con claridad. Hasta desde el entorno del palco hubo gritos en los que se reclamaba una nueva convocatoria de elecciones.