El entrenador ponía cara a la idea de un nuevo Dépor, enfocado en el trabajo discreto, alejado de la fanfarria
08 abr 2019 . Actualizado a las 08:40 h.«El día en que lo iban a matar...». La muerte anunciada de Natxo González no alteró apenas su rutina. Por la mañana dirigió en la ciudad deportiva un entrenamiento a dos bandas, en el que diez de los jugadores que fueron incapaces de ganarle el sábado al Rayo Majadahonda se recuperaron del esfuerzo, y el resto aguantó hasta la una de la tarde ejercitándose en el campo tres. Sobre el césped de Abegondo hubo intercambio de opiniones acerca de la derrota, y después el técnico contempló a cierta distancia cómo sus menos habituales disputaban una serie de partidos en terreno reducido que concluyó en empate porque Ortolá le detuvo a Somma el penalti definitivo. Tras el error del italiano, Natxo tomó el camino del vestuario sin esperar a que el plantel terminara de beber agua y estirar. Fue el único indicio de un cambio en las costumbres de quien solía cerrar el desfile a la caseta.
Hace dos semanas lo hizo en compañía de Vicente, prorrogando la hora de charla que habían sostenido en el campo como postre al empate frente al Almería. Días más tarde, completó el mismo camino junto a Carmelo del Pozo, su valedor en este proyecto de nueve meses consumido en un bandazo (otro) y cerrado con la carta de despido para un entrenador que representaba los valores del nuevo modelo y consumió su crédito en un marzo y pico.
Un técnico poco preocupado de los focos, reacio al mantra tribunero que todo lo explica a través del coraje. Dialogante con el jugador sin romper distancias. Preocupado («ocupado», solía preferir) especialmente por los aspectos tácticos y el estudio exhaustivo del oponente. «Pocas veces me había pasado antes que lo que se habla durante la semana en el vestuario se cumpla tal cual en el campo durante el partido. Me refiero, principalmente, al análisis del rival y a cómo hay que combatirlo», contaba Vicente Gómez la pasada semana al referirse al cuerpo técnico ya desmontado.
Infiel al rombo
La obsesión por contrarrestar la propuesta del adversario explica en parte el desenlace. La exhibición de cintura se convirtió en un vaivén aniquilador que trituró el fruto de las primeras 18 jornadas. Estuvo cerca el Dépor de firmar una primera vuelta impecable, convirtiendo en accidente la derrota de Alcorcón. Pero el 22 de diciembre desapareció el rombo y el conjunto blanquiazul se fue de vacaciones de Navidad vapuleado en Cádiz, donde encajó tantos goles (tres) como centrales dispuso en un intento fallido de mejorar su receta.
El entrenador renegó de la fórmula sobre la que construyó un Dépor imbatible en Riazor y abrazó otras menos ajustadas al diseño original de la plantilla. La apuesta por los extremos coincidió en enero, y fue un extremo lo que trajo el mercado de invierno, cuando los titubeos del equipo reclamaba reclutar centrocampistas. La repoblación de la medular sucedió fuera de plazo y el nuevo inquilino ni siquiera llegó a coger la forma necesaria para salir de inicio antes de ver como su gran valedor era despedido. Al necesario flashback le faltaron interiores con energías y le sobraron cincos. Había que elegir uno entre Didier, Mosquera y Bergantiños, y el proyecto murió con el colombiano en pista; emplazado por primera vez en su lugar idóneo pasada la jornada 30.
Fue precisamente el pundonor del único extracomunitario en plantilla lo poco rescatable de la última tarde con Natxo. En la que la novedad estuvo en el cambio de lado de Edu y Vicente. El catalán pinchó y el canario rindió igual de mal a pierna cambiada, encajando dentro del injustificable bajón experimentado por cada futbolista blanquiazul respecto a su versión de otoño. Eso; la lesión de Carlos, la falta de recambio para Krohn-Dehli, el atenazante pánico al error en casa... Se precisa un culpable. Detengan a los sospechosos habituales.