Quién teme ahora a Riazor

TORRE DE MARATHÓN

Marcos Míguez

El Deportivo volvió a empequeñecerse en su condición de anfitrión entregando el partido a otro equipo en apuros

22 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta es una historia de superación. En verano del 2013, Ángel Bastos, 20 años, abandonaba el Porriño y fichaba por el Choco. No esperaba ser futbolista profesional; y mucho menos, titular por dos veces en una sola temporada en Riazor. Un sueño enorme y otro de dimensiones más reducidas que el lateral de Mos ha ido cumpliendo durante los últimos cursos. Empezó en el 2017 por el ascenso a Segunda con la Cultural Leonesa y de allí saltó al Reus, cuyo once engrosó en el carril derecho, su posición natural, cuando los catalanes visitaron A Coruña hace ya siete meses. Ayer volvió, vistiendo otros colores, para ocupar una plaza incómoda. Manuel Mosquera ha entregado a Bastos la banda izquierda, desde donde le resulta más difícil centrar. Para enviar el balón al área debe detener la carrera, acomodar su pierna buena (la diestra) y golpear. Durante ese tiempo, concede al rival la oportunidad de intervenir y abortar el pase. Salvo que el marcador se limite a observar, y entonces el joven mosense que no soñaba con vivir del fútbol puede regalarse una asistencia delante de familiares y amigos infiltrados en la grada blanquiazul.

Habían visto a Bastos claudicar con el Reus, pero no han tenido que esperar para ser testigos de su resurrección. De cómo tomaba un carril que no es el suyo y se convertía en estrella, sirviendo el primer gol del Extremadura a unos metros de Pedro Sánchez, que llega tarde a tapar (remata Olabe, a quien Caballo no detecta). Para redondear la faena, el jugador gallego de los visitantes, entrenados por un coruñés, acertó a sellar su costado, ayudado por la inoperancia local.

Ni un envío decente desde la orilla por la que más percutió el Dépor en el primer tiempo. Tampoco menudeaban pies o cabezas hacia las que centrar.

El conjunto blanquiazul ha abanderado el «no hay rival pequeño» engrandeciéndolos a todos. Escuadras y jugadores. Bastos o Pardo, en la fortificada zaga del Extremadura; Racic, Milla y Lasso, en la exquisita medular del Tenerife; Luis Suárez (versión colombiana), en el veloz ataque del Nástic; Nono (él abrió la autopista de Preferencia) y Sangalli, en los desequilibrantes extremos del Alcorcón; Fede Varela (otro con Galicia en vena) en la irrefrenable zona de enganche del Rayo... «Parece que en Riazor los equipos no tienen el respeto que nos tenían», denunciaba ayer Dani Giménez, señalando de golpe a tantos conjuntos que pelean por salvarse y le han birlado al Deportivo 21 de sus puntos como anfitrión.

El estadio es una bicoca para huéspedes en apuros y una losa para ciertos futbolistas, señalados desde parte de una grada que condena e indulta al albur, ignorando gestos como el de Martí, que asomó pidiendo aplausos mientras los silbidos acompañaban una conducción eterna de Valle, irreprochable ayer. Fue también el berciano el único que alzó la voz reprobando al árbitro su criterio al amonestar. «Somos un equipo demasiado homogéneo en cuanto a carácter», reprochó, certero ahí, Dani Giménez, capitán en ausencia de Mosquera y Bergantiños, quienes detuvieron su calentamiento para homenajear al CRAT. Las chicas del rugbi (como antes las del Dépor) saltaron al césped para probar que no hay que venir de lejos para rendir Riazor.