El factor psicológico se suma a las lagunas tácticas y técnicas para desfigurar a un equipo escaso de recursos
21 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.No sería extraño que Gaku Shibasaki aprovechara el regreso a los entrenamientos, mañana mismo, para comparecer en sala de prensa y anunciar que renuncia temporalmente al Deportivo para centrarse en su selección. Marcarse un Messi a la inversa. Hace tiempo, desde que abandonó Tenerife, que el japonés es un hombre de Estado y no de club, por mucho que en Riazor, como antes en el Coliseo, como en Argentina con la Pulga, pretendan recrear en un laboratorio las condiciones que hacen brillar al fichaje estrella del verano cuando defiende al combinado asiático. Él mismo le aclaraba semanas atrás en Abegondo a un aficionado que no se ve jugando en plazas distintas al doble pivote, con muchos metros de campo por delante. Más césped entre el que esconderse.
Empeñado en rentabilizar su inversión (más en ilusiones que en dinero), el Dépor le ha entregado el timón a un futbolista hundido. Empeñado en el imposible de romper líneas con pases de seguridad cada vez que un compañero lo descubre a la espalda de un adversario, jugando al escondite. De someter Mongolia y tomar Tayikistán a evaporarse frente a lo que queda del Málaga. «Dar una explicación fijándonos solo en lo futbolístico no nos lleva a nada. Esto pasa ya a un plano anímico». La reflexión de Bóveda en zona mixta alcanza al japonés y a casi cualquiera de sus socios. Dispuestos de inicio en un sistema conocido, ofrecieron idénticas soluciones para los viejos males: ninguna.
Sin opciones por banda
Salva Ruiz se confirmó como el único hombre de banda capaz de poner un centro bueno en un plantel con cuatro laterales y seis posibles extremos. Lo remató fuera Longo, conocido ya en varias ciudades de España por dilapidar con su fragilidad de espíritu unas incuestionables condiciones técnicas. El peso de trece cesiones para quien cumplidos los 27 sigue siendo promesa.
Condición de futura estrella que estrenan en A Coruña tres prestados que rondan la veintena. «La cabeza es más del 90 % del jugador. Si crees en tus posibilidades no vas a fallar ni un solo pase a cinco metros, pero no estás bien y los fallas. Aquí hay jugadores técnicamente muy buenos que están faltos de confianza», denunciaba hace unos días Nolaskoain, retratando por adelantado el encuentro de Montero. A cita pasada, lo volvió a recrear Luis César: «Cometo un error, pienso en el error que cometí, pierdo la concentración y cometo el siguiente error». El central propiedad del Atlético pifió un control, un envío largo, rozó el autogol en un despeje y se bajó del duelo, que aún no había cumplido los diez minutos. El Málaga olió la sangre y se arrimó a ella, abriendo una brecha de las que no se cierran tras el partido.
En semejante caldo de cultivo, con la grada animando paciente mientras afilaba el silbido, aparecieron primero los reproches (abrieron fuego Salva Ruiz y el propio Montero) y más tarde se contagiaron los errores gruesos, alcanzando incluso a los más curtidos. Bergantiños equivocó los puntos de presión, Bóveda esperó demasiado por un pase corto que exigía ser atacado y Dani Giménez emborronó su tarde obligando a hacer gol a Sadiku, que llevaba casi hora y media evitándolo con éxito. Cuatro veces chutó a puerta el albanés. El doble que todo el Dépor.