El equipo es colista, su penosa temporada ha dejado de ser noticia y ya no hay un deportivista que compre el discurso complaciente de la plantilla. Porque el vestuario sigue vendiendo que su objetivo está en el ascenso a Primera y no en salvar la temporada sin caer a Segunda B y comprometer, en el fondo, la supervivencia futura del club. Mientras el barco se hunde, los jugadores tratan de colocar la idea de que no pasa nada. El discurso viene a ser que hay plantilla suficiente, porque solo hacen falta un par de victorias seguidas para tomar impulso y que el despropósito se arregle como por arte de magia.
Tal es la burbuja en la que viven la mayoría de los futbolistas profesionales, que puede que hasta se hayan convencido de su propio discurso. Basta con aguantar el chaparrón de silbidos en el centro del campo, salir a la sala de prensa a decir que esto se arregla pronto y colgar eslóganes de autoayuda en las redes sociales.
Pero la situación del Deportivo resulta muy grave. Consumidas 15 jornadas solo ha ganado un partido, ya no puede esconderse en excusas como el arbitraje o la mala suerte y cunde la idea de que la confección de la plantilla es un timo. Se ha dilapidado el sexto tope salarial y fichajes que parecían respaldados por un cierto bagaje se han demostrado un engaño. El responsable de ese fiasco al llenar el vestuario con medianías de apariencia solvente es Carmelo del Pozo, que ya ha contratado cuatro entrenadores. El director deportivo elegido por Tino Fernández se estrelló este verano, y el batacazo puede tener consecuencias nefastas para un club centenario. La plantilla, a la que ya solo se pueden hacer tímidos retoques con la liga en marcha, tiene que reaccionar, al menos por dignidad.