El técnico de Castrofeito se incorpora para afrontar otro reto extremo, con el foco en la grada y la cantera
30 dic 2019 . Actualizado a las 11:46 h.Tampoco hubo entrevista aquel día. Venía el Dépor de empatar a cero en el Carranza y Fernando Vázquez prefería dejar correr el tiempo a la espera de una reacción. Por respeto y para evitarse una acusación de oportunismo. Desde julio del 2014 escapando de un cartel que no merecía colgarse. Cinco años aplazando la charla formal con la excusa de las vacas flacas. «Llámame en un par de semanas». Pero después del Cádiz vinieron el Mirandés, el Girona y el Almería. Y a continuación, Luis César; y para cuando la victoria, ya era tarde.
Al menos, del encuentro fortuito por Santiago quedaron apalabradas las letras gruesas.
-Volveré a entrenar al Deportivo. Estoy seguro.
-¿En Segunda?
-En Primera
-¿Puedo usar eso para titular, cuando hagamos la entrevista?
-Mejor pon que volveré a entrenar en Galicia. Que no piensen que quiero el puesto de nadie.
Siempre igual, Fernando. Midiendo sus frases; en tensión permanente, víctima del síndrome del soldado. «Yo sé que no fue por eso», asegura desde que lo pusieron en la calle. Pero aquellas declaraciones a las que se agarró el consejo presidido por Tino Fernández para echarle dejaron poso en el de Castrofeito, que ha renegado de su estilo directo para convertirse en un experto en matices. El escarmiento fue terrible. «Me han robado mi sueño», proclamó después de que premiaran con un despido su ascenso a la máxima categoría.
Fue la última ocasión en que el Dépor tomó el ascensor cuando subía, y desde entonces han pasado otros diez entrenadores. Seis consumidos en el reto de la salvación y cuatro más en el del retorno. Le toca otra vez a Vázquez (con lo que le molesta que le llamen solo por el apellido). De nuevo con una gesta por delante, como cuando lo reclutaron en febrero del 2013 para eludir el descenso desde Primera. Con el equipo colista a seis puntos de la salvación y quince partidos por disputarse. Estuvo a un paso. Alcanzó el puesto 17 en la jornada 36, pero cayó hasta el 19 en la 38, derrotado por la Real Sociedad en casa. Del naufragio aún se pudieron rescatar un par de semanas de esperanza y la reconexión con la grada.
Porque hasta recurrir al maestro gallego -profesor de inglés antes que técnico-, el equipo había pasado por Domingos Paciencia, expulsado de Riazor al lamentable grito de «menos portugueses, más coruñeses» el mismo día en que Salomao las pasó canutas para abandonar el estadio.
El amago de reacción recuperó la paz social, que aún tuvo tiempo de romperse de nuevo en verano, con el club al borde de la desaparición y los futbolistas tramando un motín por impagos. Fernando asistía entonces impotente a los corrillos en el hotel de concentración de Monforte, en donde el número de veteranos se iba recortando según aparecían postores en condiciones de asumir sus fichas, sin que llegase más refuerzo que el de Rudy Cachicote. El curso en Segunda arrancó en Las Palmas y a la isla viajaron nueve canteranos, en una convocatoria que incluía cuatro fabrilistas y un juvenil; en la que faltaba Álvaro Lemos, gravemente lesionado, y Bruno Gama prestaba su último servicio antes de exiliarse en Ucrania. El cuerpo técnico lo redondeaban Manu Sotelo, entrenador de porteros, y el preparador físico Manuel Pombo, centrado en obtener un pico de forma en los primeros meses del torneo, mientras se rodaban las adquisiciones de última hora.
Los escasos mimbres y la fórmula -con la solidaridad y la estrechez entre líneas por bandera, exprimida en un inmaculado mes de noviembre de cuatro victorias y un empate- alcanzaron para añadir un ascenso al currículo de Fernando, que ya lo había obtenido antes en el Lalín, el Racing y el Celta. Su extensa hoja de servicios incluye también al Lugo, el Compostela y otros seis clubes de fuera de Galicia: Oviedo, Mallorca, Betis, Las Palmas, Rayo y Valladolid.
A los baleares los entrenó en dos etapas distintas, porque Son Moix fue su destino después de que en Riazor le impidieran disfrutar del éxito. Tino Fernández esgrimió como causa de despido unas declaraciones del técnico en la presentación del campus Pablo Insua: «Non conseguimos a opción número un, que podía ser unha bomba; xeralmente vamos á opción 5, 6, 7. Nunca conseguimos o que nos propoñemos, ese é o problema. Además, este ano temos unha cantidade de cartos decente, non como o ano pasado que tiñamos que ir polas portas pedindo». La respuesta fue un comunicado del club anunciando la ruptura por «falta de confianza» en el míster.
El entrenador nunca entendió aquello -«No marcho por razones deportivas, tampoco por razones disciplinares, marcho por unas palabras mal interpretadas. No se me dio la oportunidad de explicarlas antes de que se emitiera el fallo, no tuve juicio», se dolió en su despedida- y ha mantenido la sospecha en torno a razones más poderosas a las que se resiste a poner nombre.
En cualquier caso, pesaron más que los logros, especialmente vinculados al terreno de la identidad. En A Coruña no solo consumó el ascenso y conectó con buena parte de la hinchada, sino que cumplió el propósito de poner en valor los recursos de la cantera blanquiazul. Consolidó a Insua, revalorizó a Juan Carlos y le facilitó un escaparate a Luis Fernández y a Bicho, entre otros.
El trabajo con la base viene de serie (se formó colaborando con las escuelas deportivas) y figura entre sus motivos de orgullo. Ha dado la alternativa a varios futbolistas ya consolidados en la alta competición, aunque pocos representan esta condición mejor que Joaquín. Recién renovado por el Betis para vestir de verdiblanco hasta los 40, el del Puerto de Santa María debutó en Segunda durante el paso de Fernando por el Villamarín. «Se lo debo todo en lo futbolístico», reconoció el jugador ya hace tres lustros. El estreno se produjo en septiembre del 2000. Joaquín, bordeando los 19. Fernando, abandonando los 45. Ha llovido, y no siempre a gusto del de Castrofeito, que ha trufado su carrera de largos tramos sin banquillo. Tiempo para desechar ofertas del extranjero, donde apenas le tienta la exótica aventura china. Su otra gran meta arraiga en casa: «Siempre soñé con demostrar que en Galicia un entrenador puede dar sentido al trabajo de todo un club». Tiene tiempo. Fernando Vázquez se adelanta al titular. Vuelve al Dépor.