La primera llegó fruto de la insistencia. Con Luis César en el banquillo y tras batir un récord de jornadas consecutivas sin ganar. La segunda, ya con Fernando Vázquez al mando. Un partido feo en Soria, pero valió aquello de «entrenador nuevo, victoria segura» y Somma se encargó de firmar el triunfo. Para la tercera se apuntaron dos recién llegados, Sabin Merino y Emre Çolak. El turco, aturdido por el éxito, se autoexpulsó al ir a celebrar con la grada el gol que certificaba la remontada. Llegó la cuarta, quizá en el mejor partido de los últimos, frente al líder. En la quinta, tuvo que aparecer Dani Giménez para detener todo lo parable y hasta un penalti. De nuevo, sufrimiento máximo, y altísima rentabilidad para el tercer gol consecutivo de Sabin Merino. Y, otra vez, con trabajo y más trabajo pero con casi treinta mil gargantas empujando, llegó la sexta. La que hace cambiar la vista de abajo hacia arriba.
Cada uno de los seis triunfos consecutivos que acumula el Dépor y que le permiten soñar tiene unas particularidades. Con mayor o menor fortuna. Con mayor o menor acierto. Una vez puede pasar. Dos también. Pero seis... Y ahí es cuando toca recordar que las casualidades no existen. Al menos, con tanta prolongación en el tiempo.
Este Dépor se ha ganado el derecho a soñar. Lo ha hecho en un mercado invernal en el que ha sabido fichar y soltar lastre. Quizá no todo lo que hubiera gustado (ni de entradas ni de salidas) pero de forma suficiente como para cambiarle la sonrisa a una ciudad que vuelve a creer.
Una hinchada feliz pero que sabe bien que como dijo Arsenio «ojo a la fiesta que te la quitan dos fuciños». Mientras, a disfrutar de la música y a mirar hacia arriba, que ya es tiempo de dejar de fruncir el ceño.