
La discusión va sobre si el vaso está medio lleno o medio vacío. El agua que se derrama confirmando tarde tras tarde lo evidente, que ver un partido del Deportivo es el contrario absoluto al concepto de diversión —y esto tiene su importancia, ¿a quién le interesa insistir en un juego que no es divertido?—, se rellena con ese goteo de tres puntos en tres puntos que tiene al equipo líder con un solo gol encajado. El debate es simple: ¿compensa semejante nivel de sopor si se acaba ascendiendo? No hay nada más allá de esta pregunta y cada uno tendrá su respuesta. Si todo sigue igual, claro.
Este Deportivo es como un día cualquiera en la ciudad. Hay sol y hay nubes y uno se vuelve loco para vestirse antes de salir de casa: «No llueve, pero tal y como pinta, ¿lloverá?».
Los entrenadores —algunos rivales— dicen que es pronto. Que los proyectos necesitan tiempo, que la impaciencia es pecado y que poco menos que se acabará bailando samba en los campos de Segunda B. No creo que en tres meses lo actual mute milagrosamente a jogo bonito o fútbol de salón. Esto es Segunda B. Si cada partido fuese una exhibición de los Globetrotters habría piñas por descender y no por salir.
Hay bastante consenso —algo difícil siempre en torno a este club— en que el Deportivo es un somnífero eficaz. También es cierto que las más altas cotas de éxito en esta entidad se han conseguido con entrenadores acusados de amarrateguis. Simplemente, como quien afronta una hipoteca o un matrimonio, es decidirse sobre si firman esto. Si se acepta esta condena o se exige un mínimo de espectáculo con el riesgo de perder la solidez defensiva. A día de hoy, el único patrimonio futbolístico del equipo.
Este equipo debería dar más. Debería dar algo. Pero el «jugar bien» es abstracto. «O que non son contas, son contos», decía el otro.