Los casi 400 días de laurel y plomo para un icono de la afición

TORRE DE MARATHÓN

En su segunda etapa en el club, el liderazgo de Vázquez evidenció un gran desgaste

12 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha transcurrido poco más de un año, pero ha pesado como una tonelada. Del 29 de diciembre del 2019 al 11 de enero del 2021, la segunda etapa de Fernando Vázquez al frente del banquillo del Deportivo transcurrió sin tregua, siempre al galope de los acontecimientos que han sacudido al club, a la competición y hasta a la sociedad entera en los últimos tiempos. El mago de Castrofeito y mejor entrenador del fútbol gallego se despide de Riazor a los 67 años y, de nuevo, de forma abrupta para él. Pero en los últimos tiempos su figura ha evidenciado un desgaste, una discusión y un padecimiento tales, que este desenlace no ha sorprendido a nadie.

Ya desde la pretemporada, el Deportivo de Vázquez concitó mucho plomo por las pobres sensaciones de su juego, que solo se fueron posponiendo de la mano de victorias mínimas, pero puntos al fin y al cabo. En cuanto los resultados dejaron de avalar su trabajo, incluida la vergonzante derrota contra el Celta B en Riazor, las críticas encontraron de nuevo vía libre y, una vez más, la cuerda se rompió por su cabo más débil, el de un entrenador que ya no convencía a nadie.

Si el magisterio del profesor de Castrofeito en la caseta y los entrenamientos falló a la hora de acomodar el brillo de su plantilla y las altísimas expectativas generadas con el rendimiento real de su colectivo, sus reiteradas ausencias por sanción, con cinco jornadas de nueve suspendido en la grada, no le ayudaron. Pero su epílogo, con dos feísimas derrotas y un fútbol blanquiazul en la antípodas de aquello que se le demanda, tampoco hacen justicia a su trayectoria.

Ahora llega el momento de recordar que cuando nadie creía en el Deportivo, Fernando Vázquez se apuntó al carro. Blanquiazul de corazón y motivador nato, su liderazgo en la salvación fallida del 2013 quedó marcado a fuego en un Riazor que nunca concitó tanto consenso con un técnico como en aquellos momentos de sufrimiento en el césped y la grada. Llegó como tercer entrenador de la pasada temporada y primera medida de unos responsables que habían recogido al club de sus cenizas, pero no se equivocaron a la hora de señalarlo como solución.

Unión y entusiasmo

El coruñés convirtió la unión en torno a su idea en la bola extra de un equipo que se contagió de su entusiasmo. Del desguace lo transformó en un bólido de carreras que dejó, tras la primera victoria de Luis César, un registro para la centenaria historia de la entidad, siete triunfos consecutivos, y la irreverente satisfacción de convertir a un bloque raquítico y con claros defectos en el mejor de la segunda vuelta.

Tras sacarlo del pozo, las derrotas seguidas contra el Málaga, el Extremadura y el Mirandés no le impidieron llegar a la última jornada con posibilidades matemáticas de permanencia. Solo la injusta decisión de la Liga, que privó al club de jugar en igualdad de condiciones con sus adversarios aquel partido contra el Fuenlabrada, impidió conocer si el milagro de Vázquez culminaba esta vez con los laureles del final feliz.

Su energía volvió a surgir cuando abanderó las protestas contra el atropello cometido con el Deportivo, pero ese liderazgo se resintió de manera patente después del verano. El propio técnico reconoció dudas a la hora de continuar con el proyecto, cuando ya era evidente que el club se encaminaba a jugar en Segunda B, y hasta desconocimiento en cuanto a la categoría y los rivales a los que su equipo iba a enfrentar. Pero sobre todo su indiscutible figura se fue minando a ojos de la hinchada a causa de las repetidas deficiencias con que fue armando el nuevo Deportivo, ahora en la opulencia, a partir de una plantilla de pedigrí y con currículo en la élite. Casi 400 días después, Vázquez se convierte ya en historia del Dépor.