Eneko Bóveda: «Ha llegado el momento de permitir el fracaso»

TORRE DE MARATHÓN

Eneko Bóveda, en la ciudad deportiva de Abegondo
Eneko Bóveda, en la ciudad deportiva de Abegondo César Quian

El lateral reflexiona acerca del desmoronamiento del Deportivo entre múltiples cambios, y considera que «ya solo queda la opción de darle tiempo a algo»

12 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si es preciso hablar otra vez de lo mismo, que sea Eneko Bóveda (Bilbao, 14 de diciembre de 1988) quien haga el esfuerzo. De entre el vestuario y el palco, solo él ha completado el tránsito al pozo, y le sobran luces para valorarlo mejor que nadie. La entrevista arranca tres horas después de que la penúltima directiva haya abandonado Abegondo, y acotada por la necesidad de echar el cierre a la ciudad deportiva, da para esto:

—Más allá de cómo afecte al ánimo, estas constantes presentaciones y despedidas, esta proliferación de discursos, ¿no alteran el trabajo del vestuario?

—Bueno, es que dedicarle media hora o una hora de tu vida a algo cada tres meses, poniéndonos en el peor de los casos... Si fuera para celebrar un cumpleaños, a nadie le supondría una pérdida de tiempo, porque no lo es. Lo que sucede es que cuando sucede esto tú eres mucho más consciente de tus fracasos. Porque nada de esto pasa si la pelota entra en la portería rival. Este negocio solo funciona si los jugadores juegan bien. Y por supuesto que tiene que haber unas circunstancias que ayuden, y también habrá siempre unos equipos que no saquen adelante sus objetivos, porque la competición está montada así; pero si esto ha acabado siendo un día de la marmota en el que casi puedes adelantar las palabras que vas a escuchar, tienes que ser consciente de que tu barco no va por donde debería ir y que tú tienes bastante responsabilidad en lo que está pasando.

—Es el único en la plantilla que ha completado el camino desde Primera a la situación actual. Supongo que pocos habrán reflexionado tanto sobre el motivo.

—En general no creo que haya muchos jugadores en la historia con mi carrera deportiva. Me explico: voy al Eibar en una situación de crisis económica tremenda en que han quitado el filial y están pensando que o bien suben o transforman Ipurúa en un campo de hierba artificial porque no les da ni para arreglar el césped... Y hacemos Segunda B, Segunda, Primera. Luego paso por el Athletic, mi época más tranquila, y entonces aparece esto. Yo antes de venir aquí miro la plantilla cuatrocientas veces, la situación clasificatoria... Echo cuentas. Si espero a final de temporada voy a tener un equipo de Primera, pero si me subo a este barco... Pienso que este barco es bueno, que es imposible que baje. Y ahí voy: Primera, Segunda, Segunda B. Para explicar eso no hay un solo motivo, no se puede señalar a una sola persona. Pero lo vemos demasiado simple, pensamos: «Si nos quitamos a este de encima, esto tira para adelante», «esta directiva es una incompetente», o «es que este entrenador...». Incluso en cuanto a jugadores: «Es que desde que vino Eneko no ganamos un partido, si lo quitamos y ponemos una farola seguro que nos va mejor». Y salgo del equipo y así tampoco. Resulta que no es tan sencillo. Aquí hay una especie de depresión instalada a base de derrotas que alimentan más derrotas, y darle la vuelta a eso es muy complicado. Yo te puedo decir «el objetivo es darle la vuelta a partir del Guijuelo», pero todas las semanas es lo mismo. Cuando las cosas van muy mal tendemos a tomar decisiones muy rápidas. «Esto es un sinvivir, pues entonces esto fuera, o mañana me corto el pelo, o salto cuatro veces sobre esta pierna...» Y ¿qué hemos visto? Que por ahí no ha resultado, y aquí estamos. Pues suena duro y es difícil incluso decirlo, pero tal vez ha llegado el momento de aceptar, y dejar fracasar, de permitir el fracaso. Evaluar el proyecto, consensuarlo, y permitir que fracase. El cambio no ha funcionado, ¿por qué no probar a través de la estabilidad? A veces parece hasta ridículo hacerlo así, porque en un momento todos parecen estar de acuerdo y coincidir en que lo que falla es esto o aquello, y que es lógico cambiarlo. Y entonces se cambia y no se arregla nada. Yo no soy nadie, soy Eneko, pero veo que el tiempo te ha dicho algo y ese puede ser el camino. No siento que tenga la receta, pero pienso: «¿Por qué no dejar fracasar?».

—Es Eneko, jugador del Dépor. Conoce desde dentro parte de lo que sucede.

—Pero es que los jugadores estamos fuera de todo eso. Para los jugadores es Guijuelo, Guijuelo y Guijuelo; ahí acaba lo nuestro. El implicarte emocionalmente en los proyectos no es bueno. A mí me ha pasado. Te dices: «Eneko, tú, jugador». Porque lo demás te saca de esto. Ni tienes la solución tácticamente, ni socialmente... Hay que ser buen profesional, sabiendo cuál es tu sitio, y nuestro sitio es Guijuelo. Pero si tú me preguntas qué me gustaría del club, sería eso: ver que no da bandazos, que una ola no te lleva a un sitio y la siguiente a otro. El año pasado hubo un click; Fernando ganó seis partidos, fue un acierto de la leche. Pero luego, otro cambio, y otro, y nada se consolida. Al final te ves confiando en brujerías, en dar con una tecla milagrosa. Y yo lo entiendo, porque explicar lo otro es muy difícil. Es muy difícil explicar que se fiche a jugadores que tienen que jugar bien y jueguen mal. Y que se eche a esos y se coja a otros que están evaluados mejor y las cosas aún vayan peor. Ya solo te queda la opción de darle tiempo a algo.

—¿En esa vorágine pesan los entornos recién construidos? ¿Siente que directivas, jugadores, técnicos otorgan demasiado peso a los nuevos foros de opinión?

—Sí, claro que sí. Y en ese sentido hay que hilar mucho más fino. Trabajo en el Dépor, pero el 95% de mis amigos son del Athletic y de otros equipos, y viven el fútbol con mucha pasión. Con ellos hablo mucho de fútbol, muchísimo. Y me cuentan cosas; sus opiniones. Pero después echo un vistazo a redes sociales, a foros, a los comentarios que aparecen debajo de una noticia... Y lo que cuentan y cómo lo cuentan es radicalmente distinto. Ahí puede estar el error: se está dando peso a opiniones que no son mayoritarias, pero sí muy ruidosas. Nos cuesta asistir a una manifestación para pelear ante injusticias, movilizarnos por unos derechos básicos; para eso no se mueve ni Dios. Pero llegar a casa después de un mal día y coger el móvil para menospreciar a otra persona, insultarla, descargar tu ira... Eso se ha convertido en costumbre. Existen contenedores sociales reservados para eso, sitios reservados a los que no va a acceder mi padre para contar el buen día que ha tenido con su familia. Y hay quien reconoce esos contenedores como el altavoz de algo, en una radiografía del mundo que a mí me parece completamente equivocada, y que si te la crees, te influye. Veo, por ejemplo, a periodistas que siguen al Athletic decir en una entrevista: «Oye, se está comentando en redes...». Tengo amigos muy futboleros, muy implicados, y nadie está dando por saco por esas vías. Si tú seleccionas eso como radiografía estás cogiendo el contenedor y esparciendo la basura. El problema es que hay jugadores muy vinculados a ese mundo. Como queremos que nos digan lo guapos que somos, vender la marca Eneko, la marca José Juan, la marca Pedro... Por ahí te expones a muchas hostias. Y te lo digo yo, que estoy totalmente desconectado de ello, que no tengo nada de eso, y sin embargo me entero. ¡Qué no le influirá a ese que llegas al vestuario y lo ves dándole a las teclas a fuego! Por eso se da cada vez más lo de las derrotas que alimentan derrotas, porque el jugador que está tan pendiente de ese estímulo, de repente recibe el contrario. Claro que luego está la parte de ese mismo entorno absolutamente positivo, en el que parece que todo es siempre muy bonito, y que interviene en que haya equipos que vuelen. Dicho todo eso, no nos equivoquemos: esto ayuda o pesa, pero no escapemos de la crítica a uno mismo. Soy futbolista, tengo horas de entrenamiento y un rendimiento en el campo, no puedo justificarme en base a los comentarios, con eso hay que saber convivir. Porque si te escudas ahí, la gente te va a decir con toda la razón: «Chico, yo no juego, y el que está centrando tornillos en vez de balones eres tú». Y es así.

—¿Considera que en el Dépor pesan más que en otros sitios?

—Veo al mundo en general demasiado pendiente de esta evaluación continua. No es solo aquí. Lo único que ha ocurrido aquí es la mezcla de ese entorno entre comillas y de que las cosas han ido mal. Entonces, el agonías, el cenizo, va a tener la sensación de que tiene razón. A Zidane ya le pueden llamar de todo, que si luego gana la Champions... Pero aquí, claro, en ese contenedor te dicen: «hay una mala plantilla», y tú piensas: «los cojones, he hecho una plantilla de la hostia». Pero luego no hay resultados, así que asumes que la plantilla era mala. Te dicen: «hay un mal entrenador», y tú piensas «pero cómo va a ser malo, si este entrenador ha conseguido esto y aquello». Y tampoco sale, así que asumes también lo del mal entrenador. Y lo peor es si tomas decisiones en base a eso, porque sientes que el campo no está dando la razón a tu trabajo. Y ahí volvemos a lo mismo: olvídate de eso, no le dediques atención. Si estás convencido de que has evaluado y puesto a quienes querías en los distintos cargos, dales espacio y tiempo. También para fracasar.

—Pasó del ascenso consecutivo del Eibar a un descenso casi continuo en A Coruña, donde ni siquiera ha sido nunca indiscutible en el puesto. ¿Por qué sigue aquí?

—Hay una situación contractual y muchas situaciones casuales. En Primera llego y me rompo el tendón de Aquiles; estoy liquidado. Ahí pienso «bueno, el Dépor en Segunda durará poco» [hace una pausa, reflexiona y ríe: «joder, macho, si es que al final es siempre la misma historia»]. Pienso, «esto es impulso y para arriba». ¿Y qué pasa?, que es un año complicado, pero acabo muy a gusto. Y cuando las cosas van bien, te enamoras. Yo sentí ese enamoramiento pese al último fracaso en Mallorca. Yo salí de allí deseando que llegara el día siguiente y todo fuera igual. Levantarme por la mañana y venir a entrenar y que otra vez me entrenara Pep Martí y estuviésemos los mismos; que no nos fuésemos ni de vacaciones. Viene la siguiente temporada y es mucho peor, pero otra vez acabo a gusto, porque también vivo la cara buena de la moneda. Porque esto suena muy mal y muy duro, pero para mí A Coruña de repente era la hostia; que está feo, pero creo que a nivel personal fueron los momentos más felices de mi carrera deportiva, con Sabin, con Ager, con Peru... Qué momento. Y piensas: «vamos a pelear porque se vuelva a repetir», y estás en Segunda B y te haces otra vez aquella película; la de rebotar enseguida para arriba. Y ahora... Pues bueno.

—Da la sensación de que siempre queda más fondo por tocar. Quizá a la espera de permitir el fracaso del que hablaba.

—Mi pena más grande este año es que veníamos de hacer una buena segunda vuelta la temporada pasada, pese a que veas el partido del Extremadura y se te caiga la cara de vergüenza. Y pasa lo del verano y desde una posición de víctima el Dépor se hace fuerte, y se une, y ves la ola y piensas que esta vez sí es la buena. Y joder, con qué facilidad se ha roto eso. Tal vez por la frustración de no alcanzar las expectativas nos hemos hecho daño. Pero todos, eh. Desde dentro, desde fuera, uno mismo... Te hablo de pensar que teníamos que ser algo, que yo tenía que ser algo que no alcanzaba a ser, y ni siquiera saber disfrutar de ese camino que con sus fallos no estaba siendo tan malo. Y ahora sí, ahora sí estamos en una situación muy complicada. La crítica ahora está más que ganada, y los jugadores, que somos los que tenemos que sacar el partido del Guijuelo, llevamos muchos golpes encima. La situación es ya de auténtica emergencia y te obliga a sacar arrestos de donde no hay, porque ya no hay tampoco entorno ni ayuda divina posible; ahora la has cagado tú y arréglalo si tienes agallas. En esas estamos, con toda la fe en nosotros.

—¿Esa fe existe o es un asidero imaginario? El discurso repetido es el de que solo se piensa en el siguiente partido, pero cuesta ver al futbolista ignorando la situación del grupo y de la categoría. Habrán echado cuentas.

—Evidentemente, y el que diga que no... Somos muchísimo más conscientes de todo de lo que nos admitimos, incluso. Son mecanismos de defensa porque sabemos que nuestro futuro deportivo pasa por lo que aquí nos suceda. Pero la experiencia te dice que si sales al partido con esa carga estás liquidado, vas en clara desventaja respecto al otro equipo. Entonces le dices a la mujer y a los colegas que no te hablen de fútbol, y si llegas al vestuario y alguien se pone a hablar de Segunda B o de liga pro o de lo que sea, te vas. Y así es nuestro día a día. No somos ajenos a la realidad, pero necesitamos esos mecanismos.

—Juega habitualmente en una plaza poco apreciada. Escuché a un director deportivo diciendo que el lateral era lo último que se fichaba, con el dinero sobrante. Y antes se fichaba al izquierdo, porque hay menos.

—Los equipos bien estructurados dan más peso a las posiciones a través de las que generan. Hubo un Sevilla en el que Dani Alves era el playmaker, y otros equipos de alto nivel en los que el lateral es casi un acompañante para hacer trabajos de albañilería. Depende de la importancia que se asigne: el Pontevedra o el Eibar, por ejemplo, juegan para sus delanteros; en el Dépor del año pasado era Aketxe el que nos ponía a todos a bailar... Evidentemente, el dinero no se gasta en el lateral derecho. Es una posición en la que si el equipo está bien disfrutas, pero si está mal es de las que más cantan.

—¿Cómo le han ido cambiando las rutinas en ese puesto?

—Con Fernando estaba la peculiaridad de jugar con cinco y poco a poco me acostumbré a apretar al lateral contrario, ayudar en el medio... Rubén juega mucho con los tres de los costados: interior, lateral y extremo, y los cambios de posición. Aunque yo ya llevaba tiempo haciendo excursiones por dentro, buscando compensar... No es algo con lo que me sienta incómodo. Lo importante es que todas las posiciones estén ocupadas, no tanto quién las ocupa. De todas formas, trato de adaptarme a quien tengo por delante. Tengo muy asumido que en el 90 % de los casos el protagonista debe ser él. Las jugadas buenas, hazlas tú, yo te voy a dar las facilidades máximas dentro de lo que pueda, voy a compensar tus movimientos para que luzcas. Ahora, luego ayúdame a no salir en la foto. Esa es la negociación que me gusta.