Cano, Lapeña, Rubén Díez, Calavera, Oltra y Miguel Figueira protagonizaron dos fases de ascenso memorables con el próximo rival blanquiazul
02 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.«Ven pal círculo, ven. Ven pal círculo». Los estadios vacíos son un dolor para el fútbol y una fuente de entresijos. La pandemia que vació las gradas de La Rosaleda en la fase de ascenso a Segunda del curso 19-20 ayudó a captar al detalle los sonidos del corro del campeón. Desde la invitación a Óscar Cano para integrarlo en el abrazo múltiple, hasta el breve discurso de David Cubillas, agitador habitual del vestuario blanquinegro. El mismo que tras cerrar la fase regular de esta campaña y conocer que su equipo se mediría al Dépor, compartió con el resto de la plantilla sus ganas de Riazor: «Llevo 30 años esperando este partido. 30 años esperando un partido de estas dimensiones, que en mi vida he jugado. En mi vida he jugado con tantos espectadores, lo espero como agua de mayo. ¡Vamos a reventarlo, tíos!». Hace tres años ofreció otra arenga, breve y concisa, preludio de una celebración. «Hemos ganado como todo en nuestra vida, siendo una puta familia. Que se escuche en Castellón, por todos los que están allí», reclamó antes de que el grupo gritara a coro el santo y seña: «Pam, pam, orellut».
Entre el contubernio, junto a Cano y Elías Martí, abundaban caras populares para la afición blanquiazul. Más allá de Josep Calavera, que haría el viaje de ida y vuelta y ahora milita de nuevo en el próximo rival del Deportivo, destacaban Adrián Lapeña y Rubén Díez, que regresarán el 11 de junio a Castalia defendiendo al conjunto coruñés.
Ambos conocen, como conocía el técnico andaluz, el sabor de la victoria definitiva en un play off. Lo probaron por última vez en terreno neutral, a costa del Cornellá. «Fuimos muy superiores, tuvimos el partido controlado en todo momento», rememora el central, subrayando la diferencia entre su equipo y el que entonces dirigía Guillermo Fernández Romo (el mismo que ascendió al frente del Racing de Santander). Pese a esa brecha que menciona el defensa riojano, el duelo concluyó en 1-0. El tanto nació en las botas de Rubén. «Tracé una diagonal, acompañada de un desmarque de ruptura y una buena finalización», desgrana el centrocampista, que cambió el balón de banda para encontrar a Muguruza y que este combinara con Jorge Fernández y Ortuño, autor del gol. «Nos habíamos pasado la semana entera concentrados en Marbella —detalla el maño—; lo de jugar sin público me llamaba mucho la atención».
Nada que ver con aquel encuentro en La Condomina frente al Ciudad de Murcia de la otra temporada en la que el Castellón cerró como líder la fase regular. Entonces, tres mil hinchas blanquinegros se desplazaron para arropar a su equipo en la cita definitiva de la fase de ascenso. 29 de junio del 2003; a los visitantes les valía con empatar.
«Fue una encerrona», sostiene José Luis Oltra, que se estrenaba como técnico en el fútbol profesional. «Hay dos récords de los que puedo presumir —añade—: el de la temporada que subí a Primera con el Dépor y el de aquel año en Castalia, que nos tiramos treinta jornadas sin perder».
«Teníamos que haber resuelto la eliminatoria en la ida, pero después de jugar toda la segunda parte contra diez no conseguimos pasar del cero a cero», lamenta el entonces capitán de los orelluts. El mismo Miguel Figueira que hoy dirige el juvenil B del Deportivo que ha ganado la Liga Nacional, y que en su día militó en el Fabril. «El partido de vuelta fue muy extraño; el árbitro hasta se equivocó al pitar el final y tuvimos que volver al campo para jugar cinco minutos. Yo ya le había regalado mi camiseta a un aficionado y tuve que ir a pedírsela», comparte este antiguo central a quien todavía recuerda con cariño la hinchada castellonense.
Seguidores que en ese caluroso verano en Murcia se quejaron de un desastre de organización. No había redes sociales que lo registren, pero Oltra apunta que «no se podían pasar botellas y tampoco pusieron bar en esa grada; la gente se moría de sed y si salían del estadio a beber agua les hacían volver a pagar la entrada si querían regresar». «Al acabar dije que nunca entrenaría en ese club. A las dos temporadas estaba haciéndolo», comenta riendo. Cinco más tarde, firmó en Riazor.