Con su familia ourensana de testigo y tras un primer tiempo infumable, vuelve a salvar al míster, cerrando la remontada con admirable tranquilidad
18 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.El de Espiñedo es un campo multifunción. A esa topera sobre la que se disputan partidos de fútbol aún le cabe un panel publicitario para improvisar también la zona mixta. Por ella pasa un director deportivo que quiere refrendar a toro pasado al entrenador, y también acude a exhalar vaho el futbolista que lo indultó. Davo cuela entre sus declaraciones un detalle revelador. Confirma ser autor de ese 1-1 de celebración colectiva y complicada asignación y responde acerca de la asombrosa tranquilidad con la que resolvió el 1-2: «Tengo que verlo, pero acabó bien. Cuando hago las cosas sin pensar, suelen salir mejor». El asturiano de raíz ourensana se crece si el juego avanza a doble velocidad.
Sucedió en el Johan Cruyff, en el momento en que Imanol Idiakez empezaba a echar cuentas del finiquito, pese a los 45 minutos notables del conjunto blanquiazul. Iban tres de cuerda extra cuando Lucas Pérez bajó un balón con la espalda y puso a Davo a correr. El dueño del 11 no titubeó delante de Marc Vidal. Tampoco frente a Diego García, después de que el meta del Arenteiro negara el tanto que mereció Mella por su fenomenal conducción. La bola botó muerta y el nuevo hombre gol del Dépor la revivió. A ella y a su técnico; de un solo golpe sutil: suave globo impulsado con la zurda, entre la puntera y el interior.
Mientras el portero local se expandía para ocultar la red y el asistente imaginaba líneas que avalaran la validez del remate, el improvisado punta entraba en modo zen y ponía final feliz a una película, la de Espiñedo, que empezó fatal. Entre otras cosas, porque su protagonista no compareció.
Si había que añadir variantes a las quinielas del once, más allá del regreso de Pablo Martínez, Davo acumulaba papeletas para rotar. Finalmente no lo hizo, pero a lo largo de todo el primer tiempo nadie lo notó. Apenas tocó balón.
Asomó ya tras el descanso, cuando casi nadie apostaba por la remontada, porque ni el adversario ni el campo recordaban al del primer ultimátum; aquel del Barcelona B. «Ojalá se hable del futuro del míster en todos los partidos y sigamos sumando puntos así. Estamos con él a muerte», declararía más tarde a la prensa su salvador.
Para garantizarle el turrón a Idiakez, tuvo que cumplir además en dos plazas a las que no tiene especial cariño, porque la que más le gusta es propiedad de Yeremay. En el costado derecho provocó la falta que enseguida convirtió en 1-1, cabeceando el centro de un Lucas al que se ha atado en sociedad. El más bajito del tumulto se creció por sorpresa. Pocos le dieron el crédito del tanto antes de ver la repetición.
El empate no era suficiente y en el banquillo se agolpaban candidatos a doblar la cuenta. Ninguno de fiar para Imanol. En él se quedaron los dos delanteros que no viajaron a Pontevedra con el filial. Tampoco lo abandonó Pablo Valcarce, cuya presunta versatilidad no acaba de cuajar. Solo salió David Mella, agitador de un duelo que ya había roto en verano (entonces fue un amistoso), y su aparición transformó en punta al futbolista que mejor maneja los secretos de la resurrección. «Tenía a la familia viéndome. Al menos, que les merezca la pena venir». Cuando todos temían por el futuro, el elegido mantenía la calma, con la cabeza en su clan.