Me sé de memoria Riazor, porque fue mi reino. Hay gente que puede decir que el equipo de su ciudad ganó una Liga. Otros incluso están en condiciones de afirmar que la levantó el equipo de su barrio. Pero yo puedo decir, con unos cuantos vecinos, que el club de mi calle se llevó una liga. No es poca cosa.
Esperaba de niño al bus en Manuel Murguía, en la parada del bar Estadio. Y, a veces, me daba tiempo de ver como Melo y Sertucha se quedaban a disparar en el campo de Riazor a un chaval que despuntaba como portero. Era Buyo, que sería leyenda. Es un recuerdo que pesa, como todos los recuerdos que son auténticos. A Coruña tiene los dos mejores futbolistas españoles de la historia, Luisito Suárez (Balón de Oro) y Amancio (once FIFA). Es así. Son hechos. Por eso tiene razón en estas mismas páginas Mauro Silva, otro titán, al decir que es más importante este primer ascenso que nos devuelve al fútbol profesional que los títulos conseguidos. El deportivismo se ha ido reproduciendo década tras década. Pero lo de estos años en el pozo, tragando quina y comiendo pena, ha sido un ejemplo de afición fiel para todo el país. Hemos asombrado a España en Primera Federación. Estuve en el doble gol de falta directa de Agulló en el año 86 al Recreativo de Huelva, cuando en Segunda peleamos por llegar a Primera. Recuerdo un Dépor 1- Alcalá 0 en Tercera División. Sé lo que es lateral de Marcador y Especial niños. Pero lo inmenso del sentimiento blanquiazul es que no va de pedigrí. El que ayer debutó en su amor por el Dépor es igual de bienvenido que los que llevamos años pillando pulmonías en Riazor. Sigamos dejando boquiabiertos al planeta fútbol. Como escribió Gil de Biedma: «Callad. Quiero deciros algo. Sólo quiero deciros que estamos todos juntos». Así es el Dépor. Somos familia. Una familia que no deja de crecer y de creer.