Lucas Pérez y el amor por unos colores

TORRE DE MARATHÓN

MARCOS MÍGUEZ

Es el ascenso de un delantero que abandonó Primera División para ayudar a su querido Deportivo en la ardua tarea de regresar a una categoría profesional

12 may 2024 . Actualizado a las 22:58 h.

No dudó en bajarse al fango desde la élite para ayudar a su Deportivo. Ese que hacía que Lucas Pérez se escapase del colegio siendo un niño para ver a las grandes estrellas del club. «Algún día el bus del equipo me llevará a mí», se decía en su niñez. El más puro ejemplo de sentimiento hacia unos colores. Su decisión impactó a un mundo del fútbol que está cada vez más mercantilizado. Pero él no lo dudó. Ni un segundo. Los sentimientos fueron más fuertes que el dinero. «A mí me gusta estar justo ahora, en el peor momento. Me podría haber quedado en Primera, pero quiero estar en esta ciudad, en este club», recordó en febrero en una entrevista a La Voz. Hacía poco más de un mes que se cumplía un año de su regreso. Tenía claro que había tomado la decisión adecuada.

Su llegada aupó anímicamente a la afición, que creyó que con él en sus filas el ascenso a final de temporada sería una realidad. Dos peldaños por debajo y con una zurda impecable, se le veía sobrado para la categoría. La herida de la derrota contra un Albacete dirigido por un ex y coruñés como Rubén de la Barrera todavía no se había cerrado cuando otra más apareció en la historia del deportivismo. El Castellón le apeó del play off y el Dépor se despidió del ascenso.

Después de una pasada campaña en la que Lucas demostró su más fiel compromiso jugando con alguna que otra lesión muscular, resultó difícil reconocerle al inicio de este curso. Y eso que en el 2023 fue el futbolista con más relación directa con el gol en Primera Federación.

No era ese jugador con una gran mentalidad. Los derroteros por los que bajaba el equipo le arrastraron por completo. Necesitaba a su alrededor gente que le ayudase a dar ese plus para ganar partidos. Ni Davo, ni Valcarce ni Cayarga daban de sí. Mella no había despegado, y Yeremay estaba lesionado. Pesaba la falta de gol. Y al 7 más. El equipo echó mano del balón parado y de los testarazos de los Pablos. Sus goles salían de las botas de Lucas.

El coruñés, incansable, era consciente de que su gran año estaba por llegar y que se culminaría con grandes alegrías. Su sequía goleadora y una versión menor se le estaban empezando a hacer largos, hasta tal punto que incluso hubo partidos en los que no chutó a puerta en jugada. Sus asistencias maquillaban el rendimiento.

Tras el regreso de Barbero, Idiakez colocó al de Monelos más retrasado. Y, a partir de ese momento, algo hizo clic. Reimpulsó al equipo, además de mostrar su mejor fútbol y potenciar sus virtudes —golpeo, capacidad de ver el juego a otro nivel, facilidad para el último pase y la finalización—. Se sintió más cómodo. Más él. Volvió a ser aquel jugador diferencial de otra categoría. Después de diecisiete jornadas sin marcar, se desquitó el cuatro de enero con un doblete en Riazor ante la Real Sociedad B para abrir su cuenta goleadora. Lucas estaba de vuelta.

Un líder nato

«La clave es no perder la tranquilidad, tener siempre presente a dónde he llegado a través de mi talento, de mi trabajo y de mi esfuerzo. Porque el talento, sin el resto, no da nada. Así se ha regido mi vida y así se va a seguir rigiendo. Si tuviese 20 años, era fácil que me llegase a desesperar. Los goleadores pasamos rachas, hay que convivir con todos los momentos», aseguró. Y añadió: «Lo importante es que en junio estemos celebrando el ascenso». Acertaste de pleno, Lucas.

Tras destapar la lata en el encuentro con el filial txuri-urdin, volvió a tener un idilio con el gol, anotando seis dianas en cinco partidos seguidos. La mejoría del equipo se palpaba. El delantero lo llevaba de la mano. Un líder. Ese mismo que llamó la atención de Wenger en el 2016. Hasta que un esguince de rodilla le mantuvo fuera de los terrenos de juego durante cuatro jornadas.

Volvió ante la Cultural. Anotó uno de los dos goles del enfrentamiento. Culminó con un zapatazo con la zurda una acción armoniosa. El balón se fue abriendo hasta finalizar en el fondo de la red. Inesperado. Qué forma de volver, Lucas. Desahogado, tras la línea de cal le esperaba Idiakez para fundirse en un abrazo. Líder con míster. Unidos. Como todo el vestuario.

Cierra el año despidiéndose de aquel atacante y buscador de espacios que le llevó a la Premier League, convirtiéndose en un pasador nato y un catalizador del juego. Dirige, distribuye, protege el esférico, calcula el momento para hacer daño y ejecuta.

Estandarte coruñés del equipo

Lucas no solo representa al Dépor, representa al fútbol base coruñés y a los barrios de la ciudad. Pero tiene claro que el sentimiento por el conjunto blanquiazul no depende del DNI de cada uno. «No necesito llenar el equipo de coruñeses, necesito que quienes vengan sientan este club. ¿Le vas a negar a Pablo Martínez el sentimiento de pertenencia?», se preguntó. A punto de cumplir 36 años, ha cumplido el objetivo de llevar a su Dépor a Segunda y, aunque no se plantea la retirada, sabe que el equipo quedará en buenas manos. «Si hubo uno después de Mauro o de Fran, cómo no va a haber uno después de Lucas. Estarán Yeremay, Mellita, Barcia... Y yo animando». Porque hay cosas que no cambian, y su Dépor siempre será su Dépor.

Utilizó el fútbol como guía de su vida tras la muerte de sus abuelos

Mientras que Lucas pulía su fútbol con pachangas en el soportal de su edificio, Manuela y Manuel observaban desde arriba la mejoría de su nieto. Fueron ellos quienes le educaron y criaron. Pero, cuando tenía 16 años, se quedó solo. «Se fueron muy pronto para mí. Mi abuelo, por culpa de tres cánceres, cuando yo tenía catorce años. Mi abuela empezó entonces con el alzhéimer, y que no se acuerde de ti cuando llegas a casa...», lamentó el coruñés. En ese momento el fútbol fue el clavo ardiendo al que agarrarse: «Guio mi vida. Eso, y toda la buena gente con la que me he cruzado, me ha hecho como soy». En Vitoria, por ejemplo, le llevaba a entrenar el padre de un compañero o el de Óscar de Marcos. «Algo habré hecho para merecerlo». «El fútbol me obsesionó y no esperé por nadie. Porque cuando lo vives así te pide ser egoísta, en el sentido de ponerlo en el centro y echar a un lado el resto de tu vida», recordó en una entrevista.

Vivir solo desde tan temprano le hizo convertirse en una persona muy introspectiva. «Soy muy psicólogo de mí mismo. Claro que yo he pasado tanto tiempo solo por el mundo que quizá de ahí venga esto», reconoció. «Ahora tengo que preocuparme por más gente —en febrero del 2023 nació su hijo—. Antes era yo, y ya. La vida cuando estás solo vale un poco menos. Creo que es mejor si los logros y éxitos también se pueden compartir. Si quiero ser ejemplo de algo será de luchar, de esforzarse, pero sabiendo que eso tampoco te garantiza nada», apuntó.