Suso Méndez, utillero del Dépor: «El cava del centenariazo lo colé en el Bernabéu en una bolsa de la ropa»

Xurxo Fernández Fernández
Xurxo Fernández ENVIADO ESPECIAL EN LOUSADA

TORRE DE MARATHÓN

Suso Méndez, delante del autobús del Dépor
Suso Méndez, delante del autobús del Dépor LVG

«Me apetece aburrirme en casa», asegura, empeñado en jubilarse a final de temporada, tras cuarenta en el club

02 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Jesús Méndez Rodríguez (A Coruña, 1959) lleva cuarenta años siendo Suso el utillero. No habrá más. A final de temporada se retira un tipo que ejerce una labor curiosa para quien puede hacer la siguiente afirmación: «Ahora lo entiendo algo más, pero nunca me gustó el fútbol».

—¿Y cómo acabó en el Dépor?

—Este trabajo estaba preparado para un íntimo amigo mío, pero duró un día y lo dejó. Cuando me lo ofrecieron, yo estaba poniendo el suelo de Cortefiel.

—¿Salió ganando con el cambio?

—Sí. Una cosa es que no me guste el fútbol, pero todo lo que se mueve por dentro tiene algo que engancha.

—Son dos trabajadores, pero ¿hay un salto de clase entre el futbolista y el utillero?

—La gran mayoría de los futbolistas son gente normal. Pueden parecer más inaccesibles, pero muchas veces es solo por la situación. A Bebeto, por ejemplo, le gustaba pasar el tiempo en la calle con sus hijos y hubo un momento en el que tuvo que dejar de hacerlo porque la gente no les dejaba tranquilos.

—Se habla de cómo ha cambiado el fútbol. ¿También para los utilleros?

—Sobre todo, en la cantidad de gente con la que tienes que trabajar. Si Arsenio levantara la cabeza, se retira. A Vilalba íbamos treinta personas y aquí somos más de sesenta.

—¿Y cómo ha cambiado Suso?

—Creo que me he ido acostumbrando a todo. Recuerdo que cuando Djukic falló el penalti, un compañero suyo dijo en el banquillo: «De esto vamos a aprender». Y es cierto. Ahora lo llevo mejor todo.

—Sin fines de semana, viajes constantes, horas variables de trabajo... ¿Su profesión ha tenido un coste familiar?

—He pasado por un divorcio, me he perdido cosas con mi familia que uno no debería perderse... El trabajo detrás del telón puede ser bonito, pero es sacrificado.

—¿Se arrepiente de haber cambiado aquellos suelos por esto?

—Nunca.

—¿Ni en aquella otra concentración, en Monforte, con la incertidumbre sobre el futuro del club?

—A nivel personal, aquello era más pensar en que tenía una edad muy mala para encontrar trabajo si esto se acababa. Yo si busco un momento especialmente complicado me quedaría con lo del gol de Vicente, que pensé que si bajábamos desaparecíamos. Pero bueno, luego nos hemos ido a Segunda B y aquí seguimos.

—¿Y un momento especialmente feliz?

—Con el Dépor me he emocionado varias veces. Sobre todo, por el entorno, la gente. Si me quedo con una, diría el centenariazo.

—¿Algún detalle de aquel día?

—Yo fui el que metí el cava en el Bernabéu. Iba en una caja que no era de cava, dentro de una bolsa de la ropa cerrada con candado. No queríamos darle importancia porque sabíamos que teníamos un equipazo, pero enfrente había otro muy bueno.

—Evitando tentar la suerte.

—Es que no me atreví ni a ponerlo a enfriar. Ni siquiera cuando íbamos ganando 0-2 al descanso.

—¿Esa fue la fiesta más grande del Dépor?

—Lo tenían todo preparado para el Real Madrid y nosotros nos metimos en su historia sin que puedan arrancar la hoja. Pero yo creo que la fiesta más grande fue la del título de Liga. Lo de Cuatro Caminos ese día fue una salvajada. No he vivido otra cosa así.

—Ha recorrido multitud de campos con el equipo. Pudiendo comparar: ¿Qué tiene de especial lo que sucede en A Coruña?

—Sé que lo están estudiando porque no es normal que el equipo de una ciudad de ese tamaño mueva lo que mueve el Dépor. Para mí es claramente algo de herencia: de abuelos a padres y de padres a hijos. Ahí está la clave.

—¿Qué futbolista le ha calado?

—Mi ojito derecho fue Fran, porque estuve con él más de veinte años. Pero en general, me he sentido apreciado casi siempre.

—¿Quiénes faltan en ese casi?

—Habré trabajado con mil futbolistas. Me ha tocado de todo.

—¿Las nuevas generaciones son más difíciles?

—Al contrario. Cada vez se preocupan más de echarte una mano.

—¿Y en cuanto a técnicos? ¿Con quién se quedaría?

—Quizá Eusebio Ríos. El segundo con el que trabajé. Era capaz de unir cualquier vestuario.

—¿Con quién empezó?

—Con Txutxi Aranguren.

—¿Con qué entrenador le habría gustado trabajar?

—Con Luis Aragonés. No conozco a nadie que hablase mal de él.

—¿Las botas más grandes que le ha tocado limpiar?

—Las de Davy Roef. Un 49.

—¿Las más pequeñas?

—Las de Bebeto. Un 37.

—¿Sabe más de fútbol que el primer día?

—Sin duda

—¿Y cuando esto acabe?

—Me apetece aburrirme en casa.

—¿Lo va a echar de menos?

—Mucho. Lo tengo claro.

—Si pudiera, ¿seguiría?

—No. Eso lo tengo más claro todavía.