Mackay, Pirlo y el sueño de una noche de verano

Fabián Bouzas

HEMEROTECA

KOPA

Fue una irrupción tan intensa como efímera, recordamos el día en el que el canterano Ian Mackay irrumpía ante la constelación de estrellas del Milan para darle al Deportivo su Teresa Herrera. Esta es su historia

04 sep 2016 . Actualizado a las 17:09 h.

Era el verano del 2006, José Francisco Molina abandonaba el Deportivo y ponía fin a siete temporadas como blanquiazul en las que el club vivió los mejores momentos de su historia. Un equipo cimentado sobre el cerrojo, personalidad, carisma y seguridad de un auténtico porterazo que se hartó de demostrar en España y por los campos de Europa el enorme talento que poseía.

Se iniciaba entonces en el club blanquiazul la búsqueda de un sustituto que paliase el enorme vacío que dejaba el valenciano. Llegaba la pretemporada y Joaquín Caparrós, ante la ausencia de fichajes en la portería decidía llevarse a la pretemporada en Isla Canela a Gustavo Munúa, un jovencísimo Ian Mackay y el por entonces juvenil Fabricio Agosto.

Desde el primer momento, Caparrós queda prendado de las condiciones de los dos jóvenes guardametas que había convocado de urgencia para la pretemporada a la espera de fichajes. En esa pugna entre Mackay y Fabricio por ganarse un puesto en el primer equipo, fue el primero de ellos el que se acabaría asentándo en esa pretemporada.

Ian Mackay era entonces un chaval de 19 años, coruñés, nacido y criado en la ciudad, aunque con ascendencia escocesa, de la misma generación de los Álex Bergantiños, Pita,  Iván Carril o Xisco. Pese a su juventud, sus condiciones técnicas, su temple y sobriedad encandilaron al técnico de Utrera. Aquella pretemporada jugaría nueve partidos como titular, todos a gran nivel, situándose incluso por delante de Munua en las preferencias del técnico.

CÉSAR QUIAN

Todo iba sobre ruedas, pero el Dépor acababa entonces concretando el fichaje del israelí Dudú Aouate, petición expresa de Caparrós. El overbooking en la portería era evidente, pero la gran pretemporada realizada le dio crédito a Mackay para ganarse la confianza del cuerpo técnico. Llegó entonces el clásico veraniego del Teresa Herrera, en el que el Dépor, con Aouate bajo palos, eliminaba al Nacional de Montevideo sin complicaciones en el partido de semifinales.

La gran noche en Riazor

Tocaba enfrentarse al Milan en la final, un equipo que ese mismo año acabaría siendo campeón de Europa. Tras el histórico 4-0 vivido dos años antes, los Cafú, Gattuso, Pirlo, Seedorf y Kaká volvían a Riazor. Y contra todo pronóstico, Ian Mackay era el elegido por Caparrós para ser titular. Era su oportunidad, la grada de Riazor esperaba expectante y ansiosa ver en directo a ese joven imberbe del que tanto se había hablado en pretemporada. Y la figura de Ian ensombreció esa noche a la constelación de estrellas mundiales del equipo italiano.

Aunque comenzó algo nervioso, el guardameta pronto empezó ofrecer a la grada razones para jalearle e ilusionarse ante la irrupción fulgurante de uno de los suyos. En la portería de grada de Marathón, Ian Mackay detuvo todas y cada una de las llegadas de los italianos; primero con una internada de Cafú por banda derecha que acabó con un disparo con la diestra que envió a córner. Con mucha seguridad en los balones aéreos, intervino con acierto en todas las acciones. De hecho, el Milan solamente pudo batirle desde los once metros con un tanto de Kaká, que ponía la igualada en el marcador tras el gol inicial de Coloccini para los blanquiazules.

Antes del descanso llegaría el segundo del Dépor gracias a un tanto de Riki y, a falta de tres minutos para el intermedio llegaría la intervención más destacada del partido para Ian Mackay. Un espectacular lanzamiento de falta ejecutado por Andrea Pirlo superó la barrera y se dirigía cerca de la escuadra, ahí emergió el gigante escocés criado a orillas de Riazor, Mackay se estiró de una manera excepcional para realizar una parada prodigiosa que levantó de sus asientos a toda la grada de Riazor.

En la segunda parte mantuvo su magnífico papel; un centro peligroso de Kaká lo desvió con mucho acierto el guardameta, una salida valiente y contundente ante Gilardino para evitar la finalización del italiano espantaba las ilusiones milanistas. Juan Rodríguez en el tramo final anotaba el tercero y dejaba el Teresa Herrera un año más en casa. Pero el protagonista estaba en la portería.

Ian Mackay había confirmado todas las buenas expectativas, su figura se había agigantado ante los mejores de Europa. Como antaño hiciera el emperador romano Adriano en su Escocia natal, Mackay levantó esa noche su particular muro para contener los ataques de las hordas milanistas y su premio fue la unanimidad de público y cuerpo técnico sobre su figura; ahí había un señor portero.

Joaquín Caparrós le ofreció entonces ser el segundo portero del equipo, aunque el club prefería que se fuese cedido. Al mismo tiempo, la selección sub-20 de Escocia le llamaba por primera vez tras la espectacular pretemporada que estaba realizando. La carrera de Ian Mackay comenzaba a despegar, aunque entonces tomó una decisión de la que años más tarde acabó arrepintiéndose: «Caparrós me ofreció quedarme como segundo portero, aunque al final optaron por Munúa y la opción que acabaron ofreciéndome fue la de jugar con el Fabril en Tercera. Tito Ramallo me dijo que me quedara pero me fui al Ceuta. No me fue bien, me lesioné en el codo y me costó jugar. Era un jugador de sangre caliente. Ahora que soy más adulto, muchas de las decisiones que tomé, no las habría tomado», comentaba a La Voz de Galicia en una entrevista concedida hace un año.

El largo peregrinaje en el exilio

Aquella maldita lesión en el codo le impidió jugar en el Ceuta y debutar con la selección sub-20 de Escocia, pasando casi un año en blanco. Universidad de Oviedo, Vecindario y Ciudad de Santiago serían sus siguientes destinos, aunque en cada una de esas estancias su estrella iba menguando poco a poco. Se desvinculó del Deportivo, pero sería en el corazón del Bierzo donde volvería a reencontrarse con el dulce sabor del éxito, el triunfo y de la simple posibilidad de disfrutar del fútbol. En la Ponferradina estaría dos temporadas, siendo titular indiscutible y logrando un histórico ascenso a segunda división con el conjunto berciano, con él como gran protagonista al detener el penalti decisivo que certificaba el ascenso.

Tras marcharse al Sabadell, en el 2012 el Deportivo buscaba un segundo portero para competir con Aranzubía, Mackay llegó a ofrecerse al club, pero como comentaba él en su momento: «Intenté volver, pero querían a gente con más nombre que yo. Aunque siempre tienes la ilusión de volver a casa y defender la portería de tu equipo hay que ser realista y está muy difícil», explicaba entonces.

La vuelta a casa

Tras una temporada en el Atlético Baleares, Ian Mackay decidió entonces que ya era el momento de volver y asentarse en casa. Tras firmar por el Boiro de tercera división en enero de 2014 y realizar una magnífica segunda vuelta, el Racing de Ferrol llamó a su puerta para reclutarle en búsqueda de su ascenso a segunda. En A Malata jugó 43 partidos, se ha convertido en indiscutible y esta próxima temporada cumplirá su segundo año en el conjunto ferrolano.

CÉSAR TOIMIL

A sus 28 años y en plena madurez deportiva, Mackay disfruta del fútbol cerca de su casa. Hace nueve años en un Teresa Herrera su figura emergía disparando las expectativas de la grada y miembros del club deportivista, hasta que las malas decisiones, la mala suerte y las lesiones le alejaron del equipo de su vida. Sin embargo, su tenacidad, su talento y su incansable capacidad de trabajo le han permitido vivir y disfrutar de su gran pasión. 

Como deportivista y canterano, su historia debe ser el reflejo de muchos de los valores en los que deben inspirarse y reflejarse los jóvenes que sueñan en Abegondo con ser jugadores del Dépor. Aunque no siempre se llegue a lo más alto, la constancia y la persistencia en el trabajo, como en otros ámbitos de la vida, te suele llevar a colmar tus aspiraciones y sentirte feliz y orgulloso con uno mismo.

Porque aunque Mackay no tuvo esa suerte necesaria para llegar a lo más alto, pudo haberla tenido. De hecho, el lugar en el que siempre soñó estar lo ocupa ahora un tal Fabricio Agosto, aquel juvenil que en el año 2006 compartía sueños y confidencias con él en Isla Canela, imaginándose ser el guardián de la portería de Riazor. Entonces competían por un puesto, el fútbol los alejó a ambos de A Coruña durante muchos años y los ha vuelto a traer de vuelta. Pero al menos, los dos jóvenes pudieron cumplir el gran sueño que perseguían. Aunque en el caso de Mackay fuese de una forma efímera, de un partido, de una parada a Pirlo, de una ovación de Riazor. Aunque solo fuese un maravilloso sueño en una noche de verano.