BEGOÑA R. SOTELINO CRÍTICA
15 feb 2001 . Actualizado a las 06:00 h.Como el del anuncio del cuponazo, Joan Manuel Serrat no es Serrat. Es su doble, o mejor, su otro yo, y entonces se llama Tarrés, que es a su vez un palíndromo que le convierte en un tío simpático. El nombre se lee igual del derecho que del revés, pero su concierto, no. Si empezara por el final no funcionaría. El nuevo espectáculo del músico catalán, que presentó el miércoles en el Centro Cultural Caixanova, se articula entorno a estos dos personajes. Comienza por el primero, el lado caradura, alegre, ludópata y misógino de Serrat. Tras él, un decorado lleno de color y luces que se van apagando cuando cae la noche sensual, lúdica y etílica. Con él, un magnífico combo de instrumentistas. Con sus amigos de esa plaza de ciudad latina, Tarrés canta a su manera cansiones de toda la vida. Algunas se acoplan bien al intérprete, como Fangal lamentándose por haber sido un gil, otras dejan al público flipado, como su interpretación en la lengua guaraní de Mi tortolita (Che pykasumi) o su previo recitado de las palabras de Eduardo Galeano en Memoria del fuego. Tarrés se revela como un maestro en el juego de las palabras, y además de palíndromos capicúas (hasta se sabe uno en gallego: A torre da derrota), hace filigranas esdrújulas espléndidas y magníficas con el diccionario para introducir una Mazúrquica modérnica. Pero hay cansiones que ni Serrat ni Tarrés deberían cantar. Ni el bolero desgarrado Soy lo prohibido ni la tristísima ranchera Un mundo raro son para ellos. Es como si sus dos personalidades no pesasen lo bastante como para dar forma a melodías y letras que requieren mediums más retorcidos que traduzcan el dolor del alma en la voz como lo haría Olga Guillot o Chavela Vargas. Tarrés encandila y engatusa a la audiencia, pero como todo encantador acaramelado, empalaga. Tarrés es algo plomo y el público espera a su alter ego. Es entonces cuando desaparece el escenario de color, baja el telón, se funde en negro y los espectadores respiran aliviados. Llega Serrat. Y con él, las canciones que todos esperan escuchar. Regala los oidos al teatro con el Romance de Curro el Palmo, Penélope, Lucía, Una mujer desnuda y en lo oscuro y Mediterráneo. Entre el público hay abuelos, madres, padres, hijos y nietos que aún no habían nacido cuando Joan Manuel empezó a cantar. El auditorio desborda en decibelios de aplausos y se van más que satisfechos. Han pagado por uno y han visto a dos fantásticos intérpretes. Tan esdrújulos como mayúsculos.