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La Plaza de Portugal

CRISTINA LOSADA

VIGO

ANTÍPODAS | O |

12 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

NO recuerdo cuando se jorobó la plaza de Portugal, pero recuerdo muy bien cómo era antes. Entonces, todavía conservaba algo de la categoría que, por lo que se cuenta, tuvo en sus primeros años de existencia. Pues aunque no lo parezca, la plaza fue, en su momento, un espacio importante en la ciudad. Se construyó sobre un terreno sin domesticar, un barrizal en el que plantaban sus lonas los circos. Autoridades de Portugal asistieron a la inauguración, en la que se descubrió el busto del poeta Luis de Camoens. En la rosaleda se instaló una pequeña biblioteca, y allí, sentados en los bancos, leyeron sus primeros libros no pocos rapaces. Vigo aún estaba entreverada de monte, de fincas y de huertas. La urbe iba apropiándose del terreno salvaje, civilizándolo. Luego, el proceso se invirtió. Aquí y allá, el terreno civilizado se volvió salvaje, pero no porque se enseñorearan de nuevo de él los tojos, el barro o las silveiras. Sencillamente se degradó. Se perdió la calidad urbana, y con ella también la cualidad de tal. Así ocurrió en la plaza. La construcción de un aparcamiento debajo condujo a la supresión de las escalinatas que comunicaban con Uruguay, y de sus dos fuentes, que fueron trasladadas a los pies del Castro. La plaza dejó de ser lugar de tránsito. Se convirtió en cul de sac , espacio cerrado y finalmente marginal, que ahora sólo sirve, si es que puede hablarse de servicio, para que en las noches del fin de semana haga de territorio botellón y chill out de la movida del barrio. Otra clase de circo. Triste destino el de la plaza, que únicamente una vez al año, el 10 de junio, en el Día de Portugal, recupera no ya su antiguo esplendor, cosa imposible, sino el recuerdo vago de aquel. Más que triste, sintomático. closadafernandez@yahoo.es