Estaba al lado del mar, en la zona de la actual calle de Llorente, como precedente del hospital con fachadas a la ría
29 jul 2007 . Actualizado a las 02:00 h.La Xunta ha prometido mimar a Vigo, y nos va a proporcionar el mejor hospital de España, ese nuevo establecimiento que, según se ha adelantado en estas páginas, situarán en los montes de las parroquias de Beade y Valadares. Los pabellones tendrán forma de vela y la fachada de los mismos se orientará hacia el mar.
Alardes semejantes, y parece que con menos efectos positivos, los ha conocido Vigo a lo largo de su historia. Dejó memoria de ello, allá por 1875, el popular bardo Valentín Lamas Carvajal, en estos términos: «¡Oh, cementerio de Vigo / a orillas del mar situado / y de la tierra al abrigo, / quizás para ser testigo del final de lo creado». En aquel poema, titulado «En el cementerio de Vigo», Lamas increpaba a la muerte y le decía, para terminar: «¡Qué bien hiciste fijar / tu solitaria mansión / en este triste lugar, / con una puerta hacia el mar, / con otra a la población». En uno de aquellos portones se leía: «Aquí acaba el placer y vanos gustos y empieza la carrera de los justos».
Bien cerca del mar estaba, sin duda, el cementerio vigués, por lo que escribió en otro poema José María Posada, allá por 1860. «Como expiran a tus puertas / los furores del océano, / amainan del corazón / los indómitos deseos».
Más recientemente, en 1926, un satírico local, que oculta en ocasiones su nombre, Pío Lino Cuíñas, con el seudónimo de Ambrosio, aludía en unos ripios a la necrópolis y al propio tiempo a una de las entonces espléndidas playas urbanas de Vigo, hace muchas décadas desaparecidas. Lo decía así: «(...) iba yo a la hermosa playa / de San Sebastián a dar; / no a la playa donostiarra, / sino a esta otra de Vigo, / a la espalda y al abrigo / del Picacho tumular, / ese arenal que se extiende / desde San Francisco a Peniche (...)».
Antes de Pereiró
Aquel cementerio de Picacho, que teóricamente desapareció la víspera de inaugurar Pereiró, en 1898, aunque tardó mucho más en ser clausurado, habría sido fundado, según diversas fuentes, en 1857. Todos debieron errar bebiendo de la misma fuente, porque lo cierto es que en la citada fecha se inauguró la capilla y algunas obras de mejoras de la necrópolis, pero ésta debía existir en torno a dos décadas antes, cuando se prohibieron los enterramientos en la iglesia de Santa María, nuestra actual concatedral.
Al lado del cementerio, por cierto, tenía su finca el general Llorente Pastor, en lo que hoy es la calle LLorente, precisamente, y luchó largo tiempo para conseguir que la necrópolis desapareciera de un lugar que ya era el casco urbano vigués. No sólo no lo consiguió, sino que para más escarnio del mílite protestón, terminaron por enterrarle en el mismísimo Picacho.
No vale la pena recoger una descripción del cementerio, en el que reposaron gallegos insignes, como Concepción Arenal, cuyas tumbas fueron trasladadas después al camposanto de Pereiró. Sí sabemos que Picacho debía tener mejores vistas que servicios. Allá por 1884, cuando los primeros liberales de la Restauración que gobernaron Vigo, resumieron 34 meses de trabajo en el Ayuntamiento, decían del cementerio, entre otras cosas, que «se ensancharon sus estrechas y ridículas calles, las que apenas daban paso a dos personas a la par».
Nos referimos al caso de Picacho como cementerio mirando al mar, pero lo cierto es que no hay que recurrir a nuestro pasado para encontrar ejemplos así. Hoy hay más de una necrópolis tiene espléndidas vistas. Basta recordar Teis.
En cualquier caso, poco servicio puede prestar a los difuntos una última morada con vistas al mar. Pero hay casos todavía más insólitos. Es el caso del matadero de ganado situado en el mismísimo Berbés, lamido por el agua por todas partes y que según testimonios que nos han quedado tenía nada menos que veinticinco ventanas que daban al mar. Aquel matadero había sido construído a principios del XIX por Norberto Velázquez Moreno, el opulento vigués de adopción que tantas obras de interés acometió.
Claro que en lo que concierne a mataderos más de una vez han tenido muy poca puntería los regidores locales. Ahí está el caso del que se hizo en plena playa de Alcabre y que hoy acoge el indefinido Museo del Mar. A lo que se ve, desgracias repetidas, pues.