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Una jicha no es un ghevo

VIGO

05 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Caminaba por la calle de Alcalá y preguntó a un viandante: «¿Qué vitrasa debo coger para ir a Vallecas?». El interlocutor madrileño puso cara de embudo. No sabía hablar en vigués, un idioma nacido en O Berbés, que fue nutriéndose de palabras y expresiones, procedentes de Ourense y otras zonas de Galicia, aportadas por la continúa llegada de futuros vigueses.

El vigués, a diferencia de lo que le ocurre al idioma gallego, carece de opositores que reclamen un bilingüismo armónico, algo que se agradece. La construcción lingüística nacida en nuestro municipio es muy dada al uso metonímico y, por ello, no duda en nombrar como «vitrasa» a todos los autobuses urbanos, o «madroas» a todos los zoológicos, sean de la ciudad que sea.

El particular diccionario local también recurre al cambio semántico de ciertas palabras, como «chollo» para designar un trabajo, aunque éste obligue al asalariado a no bajarse del andamio hasta adquirir el renombrado bronceado Agromán. El censado en el municipio más poblado de la comunidad autónoma pide sin complejos un pitillo y come patatillas para acompañar su caña, y cuando juega al tenis nunca saca sino que quita. Quizá por ello ha optado por mirar, y no ver si la pelota entró.

Por cierto, cuando un vigués se despide de alguien, jamás acude al vulgar adios, sino que emplea el termino «chao» en homenaje al insigne prócer republicano del siglo XIX, que ahora da nombre a la federación de vecinos. Para otorgar mayor calor a la despedida, en el caso de que emplee el teléfono, nuestro querido vigués reiterará la palabra las veces necesarias hasta que su interlocutor cuelgue.

Si los ferrolanos acuñaron los términos «nacho» y «conacho» para referirse a alguien, bien de una forma neutra o con un aire despectivo, los vigueses recurren a las palabras «jicho», «jichiño» o «ghevo» para referirse a una tercera persona emotivamente ajena a ellos. En mi barrio, el ghevo era el dueño de la finca a la que se iba a «mangar» fruta.

Asimismo, se caracteriza por el empleo de la segunda persona singular del pretérito perfecto del indicativo junto con la partículas, para inventar las formas mirastes o fuistes, e incluso juega a su albedrío con el condicional simple del indicativo.

Como decíamos ayer, ser vigués es fácil pero requiere vocación y unas cuantas claves lingüísticas para desenvolvernos sin llamar la atención de nuestros paisanos.